Pocas veces, si alguna, se habrá prestado tanta atención como ahora a las propuestas electorales de los partidos. De ciertos partidos, pues no todos consiguen colocar sus promesas en el hit parade. Las de Podemos, en concreto, se anuncian con inusitada frecuencia y campanillas, al punto de que uno se levanta cada día expectante a ver qué nueva oferta lanza Pablo Iglesias, no porque sea nueva, que no lo es, sino por confirmar que la nueva política es tan vieja como Matusalén.
Hasta este momento raro en que se pronostican grandes cambios en la política española, el interés que despertaban las propuestas dependía mucho de la capacidad del partido que las hiciera para realizarlas o para incumplirlas, que es la otra cara de la cuestión. Prácticamente nadie se tomaba la molestia de leer unos programas que eran ensaladillas de tópicos al uso, y es probable que ni siquiera hubieran leído los dirigentes. Pero de ese pasotismo un tanto cínico o simplemente escéptico hemos mudado a una miope fascinación por el detalle de las ofertas.
Ese desenfoque es particularmente visible con Podemos, un partido que antes de disponer de algo parecido a un programa ya tenía alta intención de voto, lo que muestra que el programa, contra lo que creía Julio Anguita, no es el cogollo del meollo. Y en realidad, no lo es. Porque un partido es algo más que unas propuestas electorales ancladas, bien o mal, en la coyuntura. Es una tradición o una filosofía políticas, una trayectoria, una experiencia, un desempeño, una historia. Uno no sabe de qué va un partido sólo por sus promesas, por interesantes que sean, de ahí que a los nuevos les cueste hacerse un hueco y hayan de abrírselo, por lo general, poco a poco.
Esta vía gradual de inserción de los nuevos partidos no se ha cumplido con Podemos, aunque está por ver qué sucede al pasar de las musas al teatro. Como, además, procura desdibujar sus señas de identidad, declarándose por encima del eje izquierda-derecha y ajeno a la filiación ideológica de su cúpula, ha apostado a la hora de las propuestas por la caja de galletas surtidas. Y desordenadas. No hay sistematización salvo que se tome por sistema la demagogia populista: hacer creer que los problemas económicos y sociales de España son fruto del "latrocinio de una pequeña minoría sobre las espaldas de la mayoría", como dijo el otro día su líder.
Hay, sí, una tradición en la que se inserta claramente Podemos: es otro partido Papá Noel. La relación entre los partidos y el electorado se ha distinguido entre nosotros por el esfuerzo de los primeros por irresponsabilizar al segundo. Por infantilizarlo. Las propuestas electorales son promesas de regalos: excluyen cualquier esfuerzo, empezando por el esfuerzo de pensar si son posibles y convenientes. Y el electorado, todo sea dicho, ha estado muy cómodo en el papel de receptor de dádivas, que es el de "a ver quién da más". Mientras esa sea la actitud, la forma de relación entre los partidos y los votantes, nada habrá cambiado, contra lo que se pronostica, en la política española.