La posibilidad de una mínima modificación de la posición del PSC sobre la inmersión lingüística en Cataluña ha levantado una ola de rugiente indignación. En el separatismo y en el propio PSC, donde hay agrupaciones que están en contra de cualquier flexibilización de un modelo monolingüe cuyo propósito nada oculto es desterrar el idioma español. La dirección del partido se ve así ahora frente a las consecuencias de su larga defensa cerrada del sistema. Más aún, de haberlo sacralizado. Cuando Eva Granados, la portavoz parlamentaria del PSC, lamenta que el debate sobre la lengua en la enseñanza sea "tabú", olvida oportunamente que su partido ha forjado ese tabú tanto como los nacionalistas propiamente dichos.
Ante la eventualidad de que el PSC consume el sacrilegio y propugne que la lengua común de los españoles profane aquí y allá ciertas aulas catalanas –ya sabemos que profana los patios, pese a vigilancias y espionajes–, ha terciado en la discusión, desde su retiro y su penitencia, el mismísimo Jordi Pujol. Lo ha hecho a través de una nota en un blog de la asociación Serviol, creada por el propio expresidente de la Generalidad hace unos años. Tercia Pujol para decir que el tema de la lengua, y en concreto en la enseñanza, es
central en la reivindicación de la personalidad colectiva de Cataluña, tanto políticamente como socialmente y en el sentido más profundo de identidad. Es un tema nuclear. Irrenunciable.
Nada nuevo bajo el sol nacionalista. Lo novedoso es que Pujol apela a una suerte de pacto inter pares entre Adolfo Suárez y él mismo, en la época constituyente, por el cual el País Vasco iba a tener como rasgo "distintivo" el concierto económico y Cataluña, la lengua. Según dice, el entonces presidente del Gobierno de España y el ministro Joaquín Garrigues se lo plantearon así en 1978, diciendo: "Entendemos que el hecho más irrenunciable para el País Vasco es el concierto, y para Cataluña la lengua". Interesante, curiosísimo, que utilizaran el mismo término que Pujol ahora: irrenunciable.
Ese reparto de hechos diferenciales que se habría ofrecido y aceptado lo presenta Pujol prácticamente como un consenso fundacional de la democracia española. Allí quedó sellado, viene a decir, que la lengua era lo nuestro, lo distintivo e irrenunciable, y que a cambio de disponer de carta blanca en ese asunto no iba a tener Cataluña un concierto como el vasco. Cualquier modificación del estatus de la lengua sería, según Pujol, una violación de aquel acuerdo entre caballeros. Ciertamente, ninguno de los otros presentes en la charla puede ya confirmar la veracidad de aquellas palabras. Pero es cautela obligada ponerla en duda, a la vista de las numerosas falsedades con las que Pujol ha construido su personaje público, como muestran en su biografía no autorizada Manuel Trallero y Josep Guixà, Pujol: todo era mentira (1930-1962). Y no sólo por eso.
Vayamos a la época de la que habla Pujol. Otero Novas, que fue ministro con Suárez, cuenta en sus memorias que en junio de 1977 se reunió con aquél porque Suárez no podía recibirle, y que Pujol le entregó un folio con los puntos o reclamaciones que planteaba para que se lo entregara al presidente. No recuerda Otero Novas el contenido de aquella primera hoja de ruta, salvo por un detalle. Pujol quería que la segunda cadena de Televisión Española, en su centro en Cataluña, emitiera una hora diaria en catalán. Una hora diaria. No parece que el asunto de la lengua fuera para él, entonces, algo nuclear, nodal, central e irrenunciable. Lo sería después, pero a finales de los setenta, todavía no.
Ni siquiera fue una idea original de Pujol la inmersión. Al contrario, el modelo inicial de CiU era una imitación del vasco, con diferentes opciones lingüísticas. Fue la izquierda catalana, fueron partidos como el PSUC y el PSC, los que impulsaron un modelo único de inmersión en nombre de la cohesión social. El nacionalismo auténtico se subió al carro, y descubrió que le venía de maravilla. Pero no nos cuente Pujol ahora que en la Transición hubo una suerte de compromiso para que los Gobiernos catalanes impusieran el catalán como lengua única en la enseñanza en Cataluña. Ni informal ni formal. Cómo se llegó hasta ahí es otra historia de malos pactos y peores deslealtades. Las de Pujol y el nacionalismo catalán. Y el PSC.