Quien quisiera ver un indicio del estado de la Universidad española, del grado de su autonomía y de la extensión de su independencia respecto de la esfera política y, en concreto, de Gobiernos y partidos de Gobierno, no tenía más que fijarse en un par de noticias publicadas cuando más arreciaban las sospechas sobre la tesis doctoral del presidente Sánchez.
Las crónicas, aparecidas en los dos grandes periódicos nacionales, daban cuenta de la opinión de catedráticos, profesores y expertos acerca de la tesis en cuestión. Eran una decena los que opinaban en uno de los casos; en el otro, no se decía a cuántos se había consultado. Lo común a las dos informaciones, y lo más significativo, más aún que las opiniones recogidas, era que sólo uno de los que se pronunciaron sobre la tesis presidencial accedió a que se publicara su nombre. Todos los demás hablaron bajo el amparo del anonimato.
Sólo uno. El resto de los catedráticos, profesores o expertos consultados no quisieron hablar sobre la tesis de Sánchez a cara descubierta. Es muy posible que en el tráfago de aquellos días, que fueron anteayer, pasaran desapercibidos esa señal y ese síntoma. Esa anomalía, en realidad. Porque ¿cómo es posible que unos catedráticos, expertos y profesores tengan que hacer el papel de garganta profunda para opinar sobre la tesis de un presidente del Gobierno?
Papel, no. Papelón. No estaban haciendo revelaciones sobre tremendos secretos de Estado. Sólo opinaban sobre una tesis, materia de su incumbencia. De una tesis doctoral del presidente, sí, ¿y qué? Ni que estuviéramos en una dictadura y no se pudiera hablar libremente. "Ninguno quiso que su nombre constara expresamente, por ser quien es el autor", reflejaba la noticia de El Mundo. No hace falta echarle mucha imaginación para entenderlo. Si uno quiere hacer carrera, si uno no quiere verse marginado o represaliado, no se puede significar, como se decía en otros y dictatoriales tiempos. Los riesgos de incomodar al Poder son demasiado altos. En la Universidad. Una institución independiente.
La politización de la Universidad es un caso más de la colonización de las instituciones por los partidos y tiene, igual que en otros ámbitos, repercusiones en la calidad. Pero lo específico de los turbios asuntos de los másters de políticos, y el más turbio, por más grave, de la tesis doctoral, no es que la calidad general sea baja y, en consecuencia, también lo sea la de tesis y másters. ¡Por defender a Sánchez hay quienes nos convierten en un país de mediocres! O en un país de tramposos: un país donde muchos dan gato por liebre, donde todos lo hacen y todos lo permiten y donde, por tanto, nadie comete ninguna falta grave por hacerlo.
No se puede aceptar una supuesta generalización de las infracciones como excusa para el infractor. Pero de lo que se está teniendo noticia a través de los másters de Wikipedia y las tesis de chichinabo de políticos no es de la baja calidad de las universidades o de algunas de ellas. Se está teniendo noticia de un entramado de intercambio de favores. Esto es lo específico del asunto. No que se cuelen tesis mediocres en todas partes, incluso en las mejores universidades. No que se formen habitualmente tribunales dispuestos a sellar refritos cum laude. No que los controles del sistema sean tan laxos que invitan a hacer el mínimo esfuerzo. Todo eso existirá, pero estamos hablando de otra cosa.
Estamos viendo la punta del iceberg de las relaciones entre el poder político y la Universidad. El PSOE es consciente de ello. Por eso ha ofrecido enseguida acabar con los aforamientos. Suprimir un privilegio de los políticos ha de compensar el destape de los privilegios que tienen a la hora de conseguir títulos en la Universidad.