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Cristina Losada

Orgullo de exclusión

En las coordenadas políticas del momento, esta exclusión violenta de Ciudadanos se inscribe en el interés estratégico del Partido Socialista.

Pasó con el 8 de Marzo y ha pasado con el Orgullo. Quienes creyeran que estas celebraciones son la expresión de movimientos sociales por la libertad, la igualdad o la tolerancia se habrán llevado una sorpresa después de la perfecta y repulsiva manifestación de intolerancia que sufrió la comitiva del partido Ciudadanos en Madrid. Los fascistas antifascistas lograron salirse con la suya, tal como estaba previsto, y la comitiva tuvo que abandonar el acto protegida por la fuerza pública en medio del hostigamiento de los linchadores.

La sorpresa es comprensible. Muchos perciben o acuden a esas celebraciones desde una confortable ingenuidad. Creyendo, por lo general, que a través de ellas se vindican y celebran la igualdad de derechos, la libertad individual o la tolerancia, y que cualquiera que tenga especial simpatía por la causa dispone de un lugar allí. En el caso del Orgullo, creyendo, además, que, como fue en sus orígenes, se trata de una fiesta abierta. Pero es difícil que movimientos con base en la identidad mantengan esa condición. Su tendencia es al cierre. Como lo es a cerrar la identidad. Qué mejor representación de esto que un grotesco sketch, emitido el otro día en Late Motive de Movistar, que presentaba como incongruente y risible que un homosexual llevara la bandera de España y la del arco iris.

La inercia rígida del cierre se ha hecho, al fin, claramente visible. Y no por accidente. Los vetos, igual que la expulsión y las agresiones a los que se empeñan en abrir la puerta y entrar, no son elementos excéntricos, sino nucleares en estos movimientos. No son incidentes, obra de unos cuantos sectarios que deslucen o pervierten con su conducta el auténtico sentido de esos actos. Al contrario: los incidentes ponen de manifiesto su rasgo fundamental y, sin duda, el propósito central de los organizadores, de los que encuadran el movimiento y fijan los dogmas –consignas– y las líneas de actuación.

Con frecuencia, cuela el gato por liebre. Suele hablarse de movimientos transversales con los que se identifican –y en los que pueden participar– gentes de distinta condición, ideas políticas e ideologías. Pero el movimiento, que no es otra cosa que lo encuadrado, nada tiene de transversal. Y no sólo porque opere ahí también la asimetría izquierda-derecha. No sólo porque partidos de izquierda instrumentalizan o secuestran estos movimientos. Que ello ocurre es indiscutible, aunque no esté siempre claro quién secuestra a quién, si el partido al movimiento o el movimiento al partido. Pero en su propio diseño va la exclusión. Lo requiere así lo identitario. No puede haber otros. No es que se excluya a otros por ideología, es que la ideología es la exclusión. La exclusión no es un medio, sino un fin.

En las coordenadas políticas del momento, esta exclusión violenta de Ciudadanos se inscribe en el interés estratégico del Partido Socialista. Es, entre otras cosas, su respuesta a la negativa a pactar con Sánchez. En los métodos –y, de nuevo, los medios son los fines–, no es más que una continuación del escrache podemita y de las tácticas de marcaje y acoso del separatismo catalán, a su vez imitación de las utilizadas por el entorno de la organización terrorista ETA.

Esa praxis antidemocrática ha sido asumida por los socialistas, y ha contado, ya sin ambigüedades, con la anuencia ministerial. El ministro del Interior en funciones Marlaska, después de insinuar en su día que Ciudadanos había llevado su merecido en Alsasua por ir con la minifalda a provocar, ha propugnado que se despoje a un partido democrático del derecho de manifestación. ¿Que se han cargado la imagen festiva del Orgullo? ¿Que se ha caído la máscara y se ha visto lo que hay? Pues sí, pero no les importa. Lo único importante es la exclusión.

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