Desde la eclosión de VOX en Andalucía, el Partido Popular mantiene una rara actitud amistosa hacia su nuevo competidor. Algo que, por cierto, no hizo nunca tras la entrada de Ciudadanos en la política nacional durante la etapa de Rajoy. Pero esas señales de interés por entenderse o por evitar el conflicto con un partido que a fin de cuentas es una escisión del PP no se reproducen en todas partes. Ni se reproducirán. El indicio más claro de que la relación con el partido de Abascal no va a ser tan amigable como semeja ahora mismo se encuentra en Galicia, donde el secretario general del PP gallego manifestaba el otro día que "VOX no tiene espacio político". El espacio político, ya se sabe, es muy particular.
Tan particular es ese espacio que todos los partidos instalados juran y perjuran que no hay espacio para nadie más, que no tiene sentido que vengan otros a disputárselo y que es, en fin, un espacio exclusivamente suyo. Pero también es tan particular que, a pesar de esos análisis y pronósticos interesados, dispone de la capacidad de ampliarse para dar cabida a nuevos partidos, como se ha visto en España en los últimos años. La rotunda afirmación del secretario general del PP de Galicia, sin embargo, no debe de entenderse únicamente como un rechazo preventivo a la aparición de un nuevo competidor en la cancha. Hay más en ella de lo que se ve a simple vista.
El trasfondo de esta negación de espacio para VOX, como antes para Ciudadanos, es una visión política según la cual en la comunidad gallega no hay lugar para opciones políticas que se identifiquen como españolistas. Da por sentado que el espacio político o es galleguista o no es, y sentencia que los partidos que no lo asuman sencillamente no lograrán nunca nada. El galleguismo, de forma similar –aunque sólo similar– al catalanismo, configuraría el marco básico del juego político. Fuera de ahí, las tinieblas exteriores. Y si se busca más al fondo, lo que se encuentra, aunque nunca del todo explicitada, es una idea de España como contenedor: una España hecha de partes, en la que son las partes las que tienen auténtica consistencia y preexistencia.
Si alguien dijera que esa definición del espacio político con la que operan los populares gallegos es sólo un artículo de fe, mostrarían su colección de trofeos electorales como prueba de lo contrario. Porque, en efecto, han sido y son el partido mayoritario con un discurso y una praxis política galleguista. Pero tomarlo por prueba incontestable sería hacerse trampas. También se vota, y mucho, para que no gobiernen otros, y en Galicia la alternativa ha sido habitualmente la coalición de socialistas y nacionalistas. O, desde hace unos años, la que resultaría de incorporar a los podemitas de impronta nacionalista. El PP ha manejado con habilidad el temor a los Gobiernos Frankenstein para evitar la deserción de votantes. Cuando sus dirigentes dicen que VOX no tiene espacio, quieren decir que harán todo cuanto esté en su mano para que no lo tenga.
El achicamiento del espacio de VOX que intentarán los PP autonómicos tiene doble filo. Si adoptan el discurso nacional acentuado que está haciendo la nueva dirección, tendrán que dejar de lado los rasgos regionalistas (o nacionalistas light) a los que atribuyen sus éxitos. Y si se muestran tan puramente regionalistas como siempre, no harán más que llevar agua al molino del partido de Abascal. En el espacio político, las reglas del juego cambian.