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Cristina Losada

Ni Mas ni menos

Mas ha salido por la puerta y Puigdemont ha entrado por la ventana. O bien, pues no está del todo claro, es Mas quien ha salido por la ventana.

Mas ha salido por la puerta y Puigdemont ha entrado por la ventana. O bien, pues no está del todo claro, es Mas quien ha salido por la ventana.
EFE

Cuando los acontecimientos se precipitan, uno tiende a llevarse las manos a la cabeza y a perderla en la contemplación del precipitado, incluso cuando el suceso alumbrado ya entraba dentro de lo probable. Así ocurre, me temo, con el estrambote que se añadió en la última curva para atar el verso suelto de la presidencia de la Generalidad. "No es una subasta de pescado", dijo Mas al respecto, demostrando que no se ha acercado nunca a una lonja y ofendiendo innecesariamente a quienes la trabajan. Mucho más seria y formal la lonja, dónde va a parar, que la disputa por su investidura.

Para añadir el estrambote, ciertamente, ha habido que restar: Mas ha salido por la puerta y Puigdemont ha entrado por la ventana. O bien, pues no está del todo claro, es Mas quien ha salido por la ventana, empujado por la evidencia y quizá por lo que resta de su partido, de que unas nuevas elecciones -las que anunció el 5 de enero- abocaban con seguridad a otro retroceso. A otro más, sí, pero a uno de las proporciones alarmantes que perfilaron los resultados de las generales del 20-D en Cataluña, donde la nueva marca de CDC quedó en cuarto lugar, ¡quién te ha visto! Han sacrificado a Mas, al fin un poco mártir, para evitar el jaque mate electoral.

Era prácticamente un dilema entre Mas y la marginalidad. Entre estar en el gobierno y vaya usted a saber. Entre controlar el proceso separatista dentro de lo que cabe y perder el puesto de guía en el viaje, gratis total, a la Arcadia independiente y republicana. "Mas no recula ante la CUP" era hace una semana la letra de un titular y el espíritu de muchos otros. Bueno, pues reculó, aunque de aquella manera. Porque la CUP, esos feroces anticapitalistas, esos ácratas improbables que hablan de construir un Estado, sólo quería la cabecita de Mas, nada más. Y nada menos, hay que agregar.

No es cosa de negar a los cuperos su pequeño gran triunfo, que les permite salvar la cara y al tiempo desmentir, de forma fehaciente, que fueran agentes del CNI infiltrados. Ya son patriotas otra vez, no traidores. Hasta se han hecho la autocrítica. Bravo. Aunque rebajemos el entusiasmo: tampoco a ellos les convenían nuevas elecciones. Ya se encargarían los habituales de que les pasara factura su obstaculización de la oportunidad histórica. Y tenían a la competencia, muy subida, en el bar de al lado.

La defenestración de Mas, igual que su reemplazo por Puigdemont, no compone sin embargo un suceso diáfano cuyas consecuencias aparecen claras y cristalinas. Y es que las causas tampoco lo son. Porque la causa principal de este último movimiento no está en la CUP, sino en los resultados poco concluyentes del 27-S. En el hecho de que las expectativas separatistas no se cumplieran al cien por cien, de que su plebiscito, aun por poco, lo perdieran. De que no fuera una desautorización inequívoca, pero tampoco extendiera el cheque en blanco que necesitaban. Ese es el paisaje de fondo. El nuevo gobierno catalán podrá permanecer en el barro de las astucias, de hacer más cuanto más se deje hacer, o lanzarse una tarde de estas al salto sin paracaídas. Puigdemont, presidente por accidente, va a cumplir, dice, al pie de la letra el plan de 18 meses de aquí a la eternidad independiente. Pero esto no debería haber sorprendido a nadie.

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