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Cristina Losada

¿Negociación o campaña?

Los rotundos noes de Sánchez a Rajoy no sólo nacen de la costumbre adquirida; también del resultado electoral de Podemos.

Esto se va llenando de noes rotundos. Quizá es el preludio de una negociación, pero no lo parece. Tan es así, que la voluntad negociadora semeja una veleta. Se destapa una trama de corrupción del PP valenciano, lo cual no es del todo novedad, y Sánchez anuncia que va a decirle a Rajoy, en cuanto lo vea, que tenía que haber dimitido hace dos años. Más madera para un no a la oferta de pacto del PP, que era en cualquier caso una negativa ya cantada. Pero el hecho de que la voluntad negociadora se someta a la agenda noticiosa del día, y esto no es sólo cosa de Sánchez, pone de manifiesto uno de los problemas de la situación: no está claro si estamos en fase de negociación o en fase de precampaña.

Nadie sabe si habrá Gobierno o habrá que convocar otra vez elecciones y esa incertidumbre puede abocar a una dinámica que haga inevitable la segunda opción: que incentive un escenario de confrontación, que continuaría el preexistente, en lugar de un nuevo escenario de cooperación. Cierto que tampoco hay que sobreestimar el valor de la última declaración que hace tal o cual dirigente, movido por la más reciente noticia escandalosa o por el último tuit que ha puesto otro dirigente. Pero el espectáculo en su conjunto suscita la impresión de que si estamos entrando en la era de la "cultura del pacto", entramos en ella con las espadas en alto.

A cada uno lo suyo: el primero que dio espectáculo fue Iglesias Turrión cuando le hizo a Sánchez un Gobierno a su medida, a la de Iglesias, es decir, sin avisarle siquiera. Esta jugada, jugarreta, fue una genialidad que le dio a Rajoy un pretexto estupendo para ganar tiempo y para situar al PSOE como entregado ya al abrazo de Podemos. Hay quien ve ahí pinza y hay quien ve señales de que Podemos, en realidad, no quiere tal Gobierno con los socialistas, sino nueva convocatoria electoral para hacerles el sorpasso. Eso demostraría un exceso de confianza, y no hay que descartarlo. Pero, a veces, las apariencias no engañan, y la apariencia indica que los podemitas desean más que nada en el mundo estar en un Gobierno para controlar esos aparatos del Estado que tanto les fascinan, incluido el aparato de propaganda.

Ahora tienen la ocasión, después, ¿quién sabe? Desde la racionalidad, resultaría absurdo para un partido como Podemos embarcarse en un gobierno sometido a las restricciones de la política económica europea, las que impone el ajuste que se debe seguir haciendo. Pero la propaganda, la demagogia o el espectáculo no han de sujetarse a límites. Conviene, por supuesto, y conviene mucho, pero no sería el caso. No es de extrañar que en el PSOE prefirieran conseguir el apoyo externo de Podemos a integrarlo en un gobierno. Sin embargo, esa alternativa a la portuguesa no la quiere ahora Iglesias. Dijo en Portugal que era una lástima que el PSOE no hiciera como su homólogo portugués, y luego dijo en Madrid que no cree en la vía portuguesa. Característico.

Los rotundos noes de Sánchez a Rajoy no sólo nacen de la costumbre adquirida; también del resultado electoral de Podemos. La competencia feroz que le ha surgido al PSOE en el campo de la izquierda le obliga a mantener esa amistad peligrosa, de momento, al tiempo que la compensa con su repetida intención de "tender la mano" también a "la derecha", que en su lenguaje quiere decir Ciudadanos. Las exigencias mandonas de Iglesias hacen ver que es él quien tiene la sartén por el mango. Pero no la tiene. Podemos no es el único que le puede sonreír a Sánchez, mientras que Sánchez es el único que le puede sonreír a Iglesias y darle la bonita ocasión de sentarse a la mesa – o encima la mesa o en el suelo, siempre en plan informal– del Consejo de Ministros. Recuérdese que la última vez que alguien llegó a una negociación dando espectáculo, y como si tuviera todos los ases en la manga, perdió. Fue en Europa y los mediáticos protagonistas eran los camaradas griegos de Iglesias.

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