Las vacunas, tan esperadas, están ahí, pero no llegan. Este es, en breve, el retrato de la situación en la Unión Europea. El promedio de vacunación en la UE es del 2,5 por ciento, con países como Alemania, Francia e Italia por debajo. Mientras, en el Reino Unido se ha vacunado, al menos con la primera dosis, al 13 por ciento de la población y en los Estados Unidos, al 7 por ciento. Dejemos a un lado el caso de Israel, donde ya se ha vacunado a más de la mitad de la población. Y consignemos que en países asiáticos como Japón o Corea del Sur se van a tomar la vacunación con mucha calma, pero con la ventaja que les ha proporcionado su capacidad para reducir la incidencia de la epidemia sin las muy rigurosas restricciones aplicadas en nuestro continente. ¿Qué ha sucedido en Europa?
La vía habitual de lidiar con una situación de este tipo es señalar a culpables externos, procedimiento al que suele recurrir la política cuando hay que dar cuenta de algún fallo. Y éste no es un fallo menor. La Comisión Europea señaló a una farmacéutica, y la farmacéutica devolvió la pelota. Al tiempo, Bruselas tensó la cuerda con el Reino Unido y después tuvo que dar marcha atrás. El ruido de estas confrontaciones ha sido tan ensordecedor que ha sepultado el débil sonido de los hechos. ¿Falló la Comisión en las negociaciones con las farmacéuticas? ¿O fallaron las empresas porque no han cumplido los compromisos que adquirieron? Esta última es la versión que promueve Bruselas, pero hay indicios que apuntan a fallos propios.
Por comparar. La denostada Administración Trump decidió dar prioridad absoluta a las vacunas y puso en marcha una operación con un fondo de miles de millones de dólares para acelerar la investigación y el desarrollo, y asegurarse la distribución. Todo eso lo hizo muy pronto. La UE se puso a ello tarde y con menos fondos. No se puede lograr una vacuna en tiempo récord sin una gran inversión. Ni es posible estimular ese proceso sin asumir riesgos, como el de que las vacunas desarrolladas, una vez a prueba, no sean eficaces. El retraso de la UE, su aversión al riesgo y su regateo del precio la situaron detrás de otros en la cola de las vacunas.
La decisión de que la Comisión Europea asumiera de forma centralizada la gestión de las vacunas fue correcta. De ese modo se aseguraba que todos los Estados miembros tuvieran un mínimo garantizado. Pero el resultado canta: la gestión no pasa la prueba. Será una pérdida de tiempo que la discusión se lleve al terreno de la confrontación entre europeístas y euroescépticos. Si se aborda como una cuestión de confianza o desconfianza en las bondades de la UE no sabremos qué ha pasado, y la auditoría de esta cadena de errores quedará pendiente. Entretanto, seguimos con ruido y sin vacunas.