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Cristina Losada

Monago quiere inventar la rueda

Es meritorio que se intenten retocar aspectos del sistema electoral. Pero no vayamos a inventar la rueda, que ya está inventada.

Es meritorio que se intenten retocar aspectos del sistema electoral. Pero no vayamos a inventar la rueda, que ya está inventada.

Montesquieu pensaba que al legislador le debía temblar la mano antes de cambiar una ley y de hacer una nueva. Bien, constatemos que tampoco en eso ha tenido mucho predicamento, en nuestra democracia, el primer teórico de la separación de poderes. La proliferación legislativa, multiplicada por la incansable vocación normativa de los parlamentos autonómicos, corre en compañía de la negligencia a la hora de cumplir sentencias y leyes. Aquel fondo de armario necesitaría, en realidad, una buena limpieza, pero no: cada día aparecen propuestas de engrosarlo. Las turbulencias de la crisis traen una continua oferta de nuevas prendas, dado que todo el mundo cree saber cuáles son los grandes cambios –siempre legislativos– que hacen falta para arreglar de una vez esto.

El sistema electoral es una de las piezas que más excita el celo del arbitrista político contemporáneo y, como es natural, de los partidos que se ven perjudicados. Se ha extendido la idea de que otro sistema generaría un efecto virtuoso en la conducta política, en el funcionamiento de los partidos y en la participación ciudadana. Y dentro de ese pensamiento un tanto mágico se ha entronizado como hada madrina a la lista abierta. Uno de sus paladines más decididos es el Partido Popular de Extremadura, que acaba de reconfirmar que las listas abiertas son la joya de la reforma electoral que prepara. Cuando el presidente Monago la anunció hace unos meses dijo que harán el milagro –bueno, eso lo digo yo– de que se vote "a la persona y no al partido".

Me curo en salud: es meritorio que se intenten retocar aspectos del sistema electoral. Pero no vayamos a inventar la rueda, que ya está inventada. Porque los sistemas electorales tienen su coherencia, y eso significa que o se cambia todo el mecanismo o podemos quedarnos en un simulacro y con un engendro. Es indudable que nuestro sistema incentiva que se vote más a los partidos que a las personas, por usar los términos de Monago. Suele olvidarse, sin embargo, que ya podemos votar a personas en la elección del Senado y que esas listas abiertas no las abre casi nadie: apenas hay votantes que se molesten en tachar a candidatos. ¿Qué no vale como indicio porque el Senado a quién le importa? Bueno, siempre podemos desdeñar las pruebas que contradigan nuestros argumentos, pero no es muy serio.

Creer o hacer creer que las listas abiertas son el ungüento amarillo ni es serio ni consistente. Si lo que se quiere es que se vote "a la persona" y que los candidatos pujen por la confianza del votante de forma directa, entonces váyase a un sistema mayoritario, pero no se quejen después del bipartidismo. La cuestión es que no se puede tener todo. No se puede tener lo mejor de los dos mundos. Hay, ciertamente, apaños intermedios, como desbloquear las listas, de manera que el votante pueda señalar preferencias, cosa que se intentó en Asturias y fue rechazada. Pero otras reformas electorales que se anuncian a bombo y platillo pertenecen al mundo del espectáculo y del espejismo. En fin, combatir la desafección hacia los políticos con vistosos, poco meditados cambios en el sistema electoral es como arrojarle miguitas de pan a un cocodrilo. Sería mucho más eficaz que los partidos aplicaran la tolerancia cero con la corrupción en sus propias filas.

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