![Manuel Valls, el intruso - Cristina Losada Ha cundido el nerviosismo entre quienes no lo ven como una oportunidad, sino como una seria amenaza.](https://s.libertaddigital.com/images/trans.png)
No todos los días un hombre que fue primer ministro de Francia se propone ser alcalde de Barcelona. Ante ese caso, el de Manuel Valls, que es inédito y quizá –y ojalá– inaugure tendencia en Europa, ha cundido el nerviosismo entre aquellos partidos que no lo ven como una oportunidad, sino como una seria amenaza. Esperaban competir con los rivales conocidos y ahora tienen que vérselas con alguien como Valls. Casi puede uno oír sus lamentos.
Todo este tiempo en que se ha hablado de su candidatura, Valls no ha recibido críticas, sino descalificaciones. Que es un paracaidista, como si no lo fueran tantos. Que no le quieren en Francia y por eso se viene aquí, maravillosa mezcolanza de aversión al forastero y al fracasado, aunque se trata de un fracaso muy exitoso, porque Valls, hasta que perdió las primarias de su partido para ser candidato presidencial, fue casi todo lo que un político puede ambicionar. Y, en fin, que es "de fuera", algo que es verdad en el sentido de que no ha formado parte de la élite política del lugar, lo cual –y todos los que lo dicen lo saben– en estas circunstancias cuenta a su favor. Las descalificaciones no son más que variaciones del tema central: ¡es un intruso! ¡No hay derecho!
Valls es rara avis en España por ser un socialista que, a diferencia de los locales y más de los catalanes, no tiene simpatía ni empatía hacia el nacionalismo catalán, aunque haya suavizado ese rasgo suyo con la crema del catalanismo. Que a diferencia de tantos socialistas españoles no comparte sus dudas y complejos en relación a España. Y, para ser más raro todavía, es un socialista de ley y orden. Obviamente, para la izquierda que ocupa parte de los escaños del Congreso y para la que llena los platós de tertulianos es un derechista de armas tomar y un peligroso ultra o neoliberal. Claro que eso lo dicen de todos.
Se discuten sus credenciales y su currículo, justo en coincidencia con el destape de la calidad de los másters y las tesis de políticos, ministros y presidente del Gobierno. Cierto, se ha dedicado desde siempre a la política, pero al lado de otros apparatchiki –y al lado de tantos aficionados– Valls es un auténtico profesional de la política en el sentido preciso del término: experto, capacitado, eficiente. No es que no los haya aquí. Pero negarle a Valls experiencia, profesionalidad y currículo político es una fea negación de la evidencia.
Estas descalificaciones y críticas van, por así decirlo, en el sueldo. Es lo que hay que esperar cuando un político de talla entra a competir en un campo que algunos quieren conservar como un coto cerrado. Normal que los que se sienten amenazados por su candidatura se revuelvan y se comporten como los dueños de un club que se reserva el derecho de admisión. Más extraño, sin embargo, es que le consideren también un intruso por su decisión de presentarse con una plataforma no partidista, esto es, por su deseo, ya explicitado, de no ir bajo las siglas de un partido.
Tanto que se ha insistido estos años en el excesivo control de los partidos sobre los candidatos, en la anulación de los candidatos por las siglas, en la férrea disciplina que convierte al representante político en un mero ejecutor de las decisiones de la cúpula, y ahora que un político relevante quiere estar al margen de ese control y esa disciplina, se le critica por ello. Incluso se tacha de error grave que un partido, Ciudadanos, esté dispuesto a renunciar a presentarse con sus propias siglas para apoyar a Valls y a su plataforma. No hay quien nos entienda.
Consideraciones electorales aparte, el hecho mismo de que haya candidaturas independientes debería saludarse como un medio para corregir defectos, bien conocidos, de nuestro sistema de partidos, que a su vez refuerza el sistema electoral. En cuanto a Valls, es comprensible que prefiera una modalidad de candidatura que le permita tener el control de su equipo y su programa. Un candidato con personalidad política sabe que la necesaria disciplina y el inevitable control partidario tenderán a anularla. Y en Valls, como en cualquier político de esa clase, su personalidad no es cualquier cosa. Es su activo principal.