Es una lástima que la polémica sobre el machismo en el debate de la moción haya girado únicamente en torno a unas palabras del portavoz Hernando sobre la portavoz Montero y el dirigente Iglesias. Sobre si se puede o no, y de qué modo, y hasta qué punto, y si es machista o no, insinuar en un debate parlamentario que Montero e Iglesias mantienen una relación. Y de ahí, si Montero está donde está porque es la pareja de Iglesias o si sugerir tal cosa es un reflejo machista por el cual se niega autonomía y mérito propio a las mujeres. No digo que no sea interesante. Todo lo es. Pero yo me había quedado en el punto anterior del orden del día: en el discurso de Montero, en el que las acusaciones de machismo, por lo menos al PP, aparecieron en abundancia.
La intervención de Montero, en la que teóricamente se exponía la justificación de la moción de censura, ha recibido elogios. Incluso Hernando, cuando insinuó, lo hizo diciendo que en opinión de muchos la portavoz había estado mejor que el candidato a presidente Iglesias. Yo no estoy de acuerdo. Mientras escuchaba el discurso de Montero por la radio me desesperé: ¡qué desorden!, ¡qué falta de ligazón!, ¡qué repetitivo! Y, en fin, el tono, próximo al grito, contribuía a mi exasperación.
Admito que las retahílas inconexas me enervan, se den en el Parlamento o en una tertulia, donde aún son más frecuentes, por no decir la norma. La dispersión no me parece mala en sí: en el trabajo intelectual es fatal. Y un discurso es eso. Pero también admito, visto lo visto, que mi criterio no tiene que coincidir con el de la mayoría. Pocas veces coincide, en realidad. Y sé que un orador o una oradora que suene vehemente y hasta furiosa, que reparta estopa a la velocidad de las aspas de un ventilador, tiene más posibilidades de éxito, hoy en España, que aquellos que, en tono conversacional, intentan exponer un argumento.
Al cabo de una hora y pico de aquel martilleo desordenado y circular, porque no había orden temático en la cosa y los asuntos reaparecían como los caballitos de un tiovivo, llegué a la conclusión de que Montero estaba haciendo tiempo –filibusterismo se le llama al truco en los parlamentos– hasta que fuera la hora propicia para que subiera al estrado el candidato a presidente Iglesias. A fin de cuentas, no gustó a los podemitas que la sesión se pusiera a las 9 de la mañana. Lógico que Iglesias quisiera situar su intervención a una hora donde pudiera tener más audiencia. No vamos a discutir de audiencias televisivas con los expertos.
Ya que Montero estaba atizándole al machismo, puse en Twitter que también era machismo que a ella le hubiera correspondido hacer tiempo hasta que fuera la hora buena para la entrada en escena de la estrella. Masculina, por supuesto. Muchos coincidieron con mi percepción. Otros muchos me pusieron a caldo. ¿No era acaso Montero la primera mujer a la que se encargaba presentar una moción de censura en democracia? También me acusaron de envidia. ¿Por qué? ¿Porque era la primera mujer que presentaba una moción o porque era joven y mona? Terreno resbaladizo este último. Yo valoro bien o mal un discurso al margen de que lo pronuncie una mujer como Montero o una mujer como Bescansa, por quedarnos en el universo podemita. Lamentablemente, estoy menos segura de que el aspecto físico –más el de una mujer, pero también el de un hombre– no influya en otros a la hora de valorar su oratoria y más cosas.
Bien. Montero es la primera mujer que presenta una moción de censura. Los que destacaban esto como un gran logro, ¿celebraron otras primeras veces de una mujer cuando no era de un partido afín al suyo? Lo dudo. La ideología, ante todo. La ideología importa más que el hecho de ser mujer. Tanto que si la mujer en cuestión, la política, ya que estamos, no es de la ideología fetén –algo así como la ideología que quiere acabar con el heteropatriarcado–, en realidad no es mujer. Pasa ahí como pasaba con la conciencia de clase. Más o menos. De ahí que, en esos lares, no concite el mismo entusiasmo, a decir verdad ninguno, que una mujer de centro o de derechas sea la primera ministra de la democracia, o la primera presidenta del Senado o del Congreso, o la primera presidenta de una comunidad autónoma.
La cuestión es que Montero y su partido dan lecciones contra el machismo. Las dio la portavoz en ese discurso deslavazado que hizo. Y cuando vas dando lecciones de una cosa, has de responder sobre el modo en que aplicas lo que predicas. En nuestro caso, la pregunta es: ¿por qué no fue Montero la candidata a presidenta del Gobierno, en vez de Iglesias? Total, Podemos estuvo dándole vueltas a quién presentar de candidato durante un tiempo. Largo. Podían haber invertido los papeles, y haber ido Iglesias de telonero y ella de estrella. Si vas dando lecciones contra el machismo, eso hubiera sido predicar con el ejemplo. Algo antiguo, lo sé. Pero también es antiguo y cansino que el machismo siempre sea lo que hacen los demás. El ajeno.