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Cristina Losada

Los antisistema del sistema

Los que están a la izquierda de la extrema izquierda podrán ser anti todo y particularmente anticapitalistas, pero nunca son antinacionalistas.

Los que están a la izquierda de la extrema izquierda podrán ser anti todo y particularmente anticapitalistas, pero nunca son antinacionalistas.

¿Qué sería del sistema nacionalista sin los antisistema? Estos días la cuestión es más pertinente que otras veces por el papel-papelón que le ha tocado a la CUP, que está en ser o no ser antisistema a propósito de investir o no investir a Artur Mas. Para mí, y he apostado a ello una modesta ración de pulpo, que la misma duda ofende. ¿Cómo no van a colaborar de alguna manera en la investidura de Mas, ese rebelde de rompe y rasga, que es el más antisistema de todos? Fuera bromas, sorprende que se defina a la CUP como antisistema e independentista. Es sorprendente, quiero decir, que se entienda que ambas cosas son opuestas o radicalmente diferentes. Porque en las zonas de España donde hay nacionalismo tienden a aunarse con gran naturalidad.

Las gentes que están, por así decirlo, a la izquierda de la extrema izquierda podrán ser anti todo y particularmente anticapitalistas, pero nunca son antinacionalistas y mucho menos contrarias al separatismo. No en España, no allí donde el nacionalismo tiene arraigo y, aparte de trajeado y con corbata, se presenta en camiseta radical. En las ocasiones verdaderamente importantes, los de camiseta y chancla dejarán a un lado el asco que les dan los señorones del establishment nacionalista y, aunque sea con la nariz tapada, los apoyarán.

¿Cómo van a obstaculizar un proceso tan revolucionario como la ruptura de un país? La revolución anticapitalista puede esperar, y además saben que no es tan realista esperarla como esperar que Mas, a fin de cuentas, un hombre de poder, y precisamente por eso, haga su desconexión total con la fachosa España. Puede más su antiespañolismo que su anticapitalismo, que tiene muy poco que ver con el de los viejos comunistas o el de los aún más antiguos anarquistas, y mucho con el chic radical.

Hasta tal punto se trata de una alianza natural y no contranatura que un partido que parecía un imán para los antisistema como Podemos ha atraído también e incluso sobre todo a esa peña que insiste en llamarse nacionalista y de izquierdas, pese a los teóricos que dicen que no se puede ser ambas cosas al mismo tiempo. En Galicia, por ejemplo, muchos de los dirigentes de Podemos, igual que los de las mareas, proceden de la familia nacionalista y fueron del BNG o alguno de sus apéndices. En Cataluña, el candidato Rabell confesó que había votado sisí en lo del 9-N y que en las primeras elecciones, allá por el 77, optó por un partido independentista. Ese partido entonces no existía, pero en cualquier caso señalizaba su posición. En consecuencia, sólo logró un escaño más que la CUP.

Para el nacionalismo de traje y corbata ha sido muy beneficioso tener a los de la camiseta en el local okupado de enfrente. La radicalidad, básicamente juvenil, se desahogaba ahí, tirando sus piedras contra el sistema y quizá contra algún gerifalte nacionalista, pero nunca, nunca contra el sistema nacionalista. Son parte de él.

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