
La representante del Gobierno catalán aprovechó un homenaje a las víctimas del campo de exterminio nazi de Mauthausen para introducir el homenaje a una víctima separatista, no de los nazis, por supuesto, sino de España, que en las mentes calenturientas del separatismo no anda tan lejos de la vesania criminal de Hitler. No en vano, uno de los ejes de los 21 puntos de Pedralbes, los que entregó Torra a Pedro Sánchez en diciembre como base para empezar a hablar, era la "desfranquización" de nuestro país, que es la traslación de lo que en Alemania se llamó "desnazificación". Lo que no exige el separatismo es su propia desfranquización o desnazificación, ya que para eso se ha dotado de la mentira histórica, departamento que ahora gestiona la del homenaje al preso Romeva en Mauthausen, y cuyo principal cometido es librar a los verdaderos catalanes de cualquier vínculo con aquellas monstruosidades: dejar sentado que todos fueron franquistas (y nazis) menos ellos, y que sólo ellos fueron antifranquistas (y antinazis).
Todo el mundo ha lamentado, criticado y denunciado con gran indignación lo de Gemma Domènech en este aniversario de la liberación de Mauthausen por las tropas norteamericanas. En el lugar en que se recuerda a los internados y asesinados en ese campo, y más en concreto a los miles de españoles que allí perecieron, la directora general de Memoria Democrática de la Generalitat dedicó un recuerdo al exconsejero Raül Romeva, acusado de rebelión por el golpe separatista de octubre, como si su estancia en las prisiones de Estremera, Lledoners y Soto del Real fuera de algún modo comparable a la de quienes sufrieron confinamiento en el campo de concentración. Tan evidente fue la incivilidad y la incorrección de la conducta de Domènech que esta vez han tenido que indignarse incluso dos ministros del Gobierno.
La cuestión, sin embargo, es que la utilización del acto de Mauthausen por el separatismo no puede sorprender a nadie. No debería haber sorprendido a la ministra de Justicia, que acudió al acto organizado por la Generalitat como si fuera un acto institucional más, y no un acto político del separatismo. Cuando tiene que saber que todos los actos que organice el Gobierno autonómico catalán van a ser exactamente actos de propaganda contra España. Ningún ministro o representante del Gobierno de España tendría que ir a actos que estén presididos por los lazos amarillos, ni en Mauthausen ni en ningún otro sitio. Pero no hay manera, van como corderitos y salen escaldados. O no salen. Porque han entrado con los lazos hasta en Moncloa. Si este episodio no hubiera ocurrido en una conmemoración de las víctimas del nazismo, es probable que no hubiera habido reacción.
Sólo la mancillación de las víctimas del nazismo ha podido reunir esta oleada de críticas y denuncias de la conducta separatista. Lo cual muestra, al mismo tiempo, la otra cara del problema. Porque esta indignación general por el comportamiento separatista en Mauthausen no hace más que poner en evidencia la falta de indignación en tantos otros casos. O, yendo al fondo del asunto, pone en evidencia la falta de indignación general ante la naturaleza del separatismo catalán. Así, el mismo Gobierno que ha dado un toque al separatismo por reventar el acto de Mauthausen, mañana estará dispuesto a tenderle la mano.