Pronto, las autonomías empezarán a desplegar sus fuerzas para dar la batalla del nuevo sistema de financiación. El actual, pactado por el Gobierno de Zapatero con el Gobierno catalán de entonces, tuvo efectos indeseados por culpa de un accidente: la crisis económica impidió que la autonomía catalana recibiera los recursos previstos. No es éste el único agravio en danza. Son muchas y variadas las autonomías que se consideran infrafinanciadas, y algunas con razón. Pero es fácil que sea ese desperfecto el que más se proponga reparar el Gobierno Rajoy. Como creen en el PP que el nacionalismo y su secuela habitual, el separatismo se frenan soltando pasta, querrán ofrecer algo contante y sonante a ver si el independentismo de traje emprende el camino de vuelta a su antiguo ser posibilista.
La probabilidad de que la lírica del diálogo emprendido por la vicepresidenta Sáenz de Santamaría mute en la prosa del dinero es alta. Hay que contar, por tanto, con que aumente la ración de recursos a la autonomía catalana y con que las demás peleen duramente por los restos del pastel. La pelea más morbosa será, sin duda, la que libren los presidentes autonómicos del PP contra el Gobierno del PP. Si es que llegan a librarla. De momento, sólo uno de los barones populares, Núñez Feijóo, ha dicho algo al respecto. Y lo que ha dicho, en un acto celebrado en Barcelona para debatir la ponencia económica y territorial que se llevará al congreso del partido, es que no se debe "mezclar el debate identitario con el económico" ni "fundamentar la financiación autonómica en una discusión de banderas y sentimientos."
El pequeño detalle es que su partido ha contribuido a mezclar ambas cosas cada vez que ha estado en el Gobierno y necesitado el voto de los nacionalistas. Lo mismo hicieron los Gobiernos del PSOE, por cierto. Lo "económico" y lo "identitario" han ido siempre de la mano. De esa manera, se ha premiado al nacionalismo con un poder extraordinario para lograr más fondos, recursos e inversiones. El principio general que se deduce de esta práctica común a los dos grandes partidos es este: cuanto más fuerte el nacionalismo, más ventajas consigue. Nada mejor para fortalecer a los nacionalistas que conferirles una especial capacidad de aflojar el bolsillo del Estado.
El asunto identitario no empieza y acaba, sin embargo, en los nacionalistas propiamente dichos. Porque la exaltación de lo identitario no es privativa de los partidos de la marca nacionalista. Al contrario, está generalizada. Salvo en algunas autonomías que aún permanecen ajenas a la pugna por los hechos diferenciales, el camino que han seguido las elites políticas autonómicas para afianzarse es la acentuación de las singularidades. Todas ellas imitan al nacionalismo. No copiarán los rasgos más extremos del original, pero tienden a mimetizarse con él. En ello han estado y están tanto el PSOE como el PP. De modo que no vengan ahora a lamentarse de que lo identitario condicione la batalla de la financiación.