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Cristina Losada

La violencia del 1-O

Lo de la "revolución de las sonrisas" es un oxímoron. O hay revolución o hay sonrisas. Y no hay engaño sin autoengaño.

Lo de la "revolución de las sonrisas" es un oxímoron. O hay revolución o hay sonrisas. Y no hay engaño sin autoengaño.
EFE

De entre los dogmas de fe del separatismo catalán, uno ha tenido un éxito sorprendente. Es el dogma que establece el pacifismo absoluto de su insurrección. Lo que hace sorprendente el éxito de esa paparrucha no es que lo pregonen y lo crean así los independentistas, tanto en las cúpulas como en las bases, sino que haya calado en quienes no lo son. De hecho, cada vez que unos separatistas amenazan, insultan o agreden a ciudadanos que no son de su cuerda, como pasó este fin de semana en las calles de Barcelona, lo usual no es ver en ello una prueba más de la violencia de ese movimiento –violencia que se ha presentado en distintas formas y gradaciones–, sino echar en cara a los independentistas que no cumplan con sus estándares de pacifismo. Como si eso, su pacifismo, hubiera tenido en algún momento, de alguna manera, aunque fuera en el reino de las intenciones, entidad real.

La gran mentira del carácter pacífico de la rebelión separatista está en la raíz de la gran mentira que ha hecho del 1 de octubre de 2017 el día de los santos mártires de la non nata nación catalana. Puesto que son pacíficos, el día en que se movilizaron para intentar destruir un Estado pisoteando la democracia, cosa que nada tiene de pacífica, se transforma en el día en que muchos honrados ciudadanos fueron a votar –o sólo a expresar su opinión, como decían algunos– y se encontraron con la porra despiadada de la Policía española, con la "brutalidad policial" más cruel e insospechada; con aquello, en fin, que constituye, en sus dogmas de cartón piedra, la auténtica naturaleza del Estado español: bárbara, inhumana, tosca, bruta y bestial, de bestias apenas humanas, que diría Torra.

La patraña ha llegado tan lejos que dos ministros del Gobierno han calificado de error las cargas policiales que hubo aquel día, y uno de ellos, el ministro Ábalos, acusó al Ejecutivo del PP de regalar "parte de su argumentario al independentismo", porque "han quedado esas imágenes de una violencia ejercida para no poder votar". ¡Y habla de regalo, Ábalos! Lo que ha dicho equivale a regalar no un argumento, sino toda una posición al separatismo. El anterior Gobierno, preso en la tela de araña de una visión extemporánea del nacionalismo catalán que le hacía creer que no daría el paso final y fatal, fue gravemente irresponsable al no tomar el control de la situación antes del 1-O. Pero una vez ante los hechos consumados, tenía que impedir, por la fuerza legítima si era necesario, que la rebelión se encaminara sin obstáculos a su objetivo. En Cataluña hubo una situación de doble poder. Sin la actuación de las fuerzas de seguridad del Estado, el poder golpista se podía haber impuesto. Y el señor Ábalos, aunque este sea un efecto menor, hoy no sería ministro.

Asombra, por otro lado, que las intervenciones de la Policía Nacional y la Guardia Civil el 1-O se adjetiven como si nunca antes se hubieran visto cargas policiales de aquella contundencia. Cualquier huelguista del metal o del naval, por poner dos sectores que con frecuencia se han enfrentado a los antidisturbios, ha visto o ha sufrido cargas mucho más duras. Hasta los indignados fueron desalojados por los Mossos en Barcelona con menos contemplaciones que los que ocuparon ilegalmente los colegios electorales el 1-O. Es verdad que el independentismo magnificó las cargas, difundiendo vídeos elegidos, algunos de ellos falsos, tan falsos como los dedos rotos de cierta señora, para fines propagandísticos. Pero también es cierto que sus bases, los que fueron a los colegios electorales y recibieron allí el bautismo de porra, están convencidas de que se les trató con una brutalidad desorbitada, inédita y sin parangón.

Una de las paradojas del movimiento separatista procede del carácter de su base social. No son los compañeros del metal, no. Tampoco son los antiglobalización del bloque negro. La mayoría son clase media y gente de orden, que en su vida privada no haría nada de lo que está haciendo en la vida pública, es decir, no haría nada remotamente revolucionario ni se embarcaría en aventuras ilegales, inciertas y violentas. Son personas que habrán visto enfrentamientos con la policía por la tele, y considerarán bien dados los porrazos a la chusma de revoltosos que rompe escaparates de buenos comercios. Para esas gentes de orden, que la policía cargue contra ellas, como si fueran igual que la chusma revoltosa, era inimaginable. Como sólo querían romper España, y no un escaparate, pensaron que no les podían impedir por la fuerza –fuerza legítima– que lo hicieran.

El grueso de la base social del separatismo conforma la peña menos idónea para un proceso revolucionario. Quizá por eso se inventaron lo de la "revolución de las sonrisas". Pero la "revolución de las sonrisas" es un oxímoron. O hay revolución o hay sonrisas. Y no hay engaño sin autoengaño.

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