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Cristina Losada

La vida sexual de François Hollande

Igual que otros dignatarios en enredos similares, Hollande ha demostrado que ignora en qué mundo vive.

Igual que otros dignatarios en enredos similares, Hollande ha demostrado que ignora en qué mundo vive.

Hubo una época, no hace tanto de ella, en que los affaires de presidentes y políticos de primera fila eran asunto estrictamente privado. En realidad, no lo eran del todo. Siempre corría el rumor. Siempre había gente que lo sabía y lo contaba. Disponer del último cotilleo era y es señal de que uno forma parte de un círculo privilegiado; de que está entre los enterados. Este orden de cosas se mantuvo con la regla tácita, que ante todo atañía a la prensa, de no sacar en los papeles las aventuras de las figuras públicas de las que tenía noticia.

Esa época terminó. En unas democracias antes que en otras, pero en general en todas. Estamos en una aldea global, no ya en el sentido que le dio el creador de la expresión, Marshall McLuhan, sino en otro más vulgar: como en las pequeñas poblaciones, no hay secreto que perdure, y todo el mundo sabe o quiere saber lo que hace todo el mundo. El cotilleo se ha democratizado, por así decirlo. Si los medios airean de continuo las más íntimas historias de los famosos, y hay famosos que viven de exhibir su intimidad, ¿cómo van a librarse de tal escrutinio, tantas veces abusivo, los dirigentes políticos? Igual que otros dignatarios en enredos similares, Hollande ha demostrado que ignora en qué mundo vive.

El presidente francés alega que su vida privada –vida privada es sinónimo de vida sexual en estos casos– es asunto suyo y sólo suyo. Cierto que no han de vivir los presidentes, ni nadie, en una casa de cristal. No son concursantes de Gran Hermano. Pero la vida pública y la privada no están en compartimentos estancos. Hollande no es presidente de la República únicamente en horas de trabajo. Una prueba de que lo privado incursiona en lo público emergió en la pregunta de un periodista de Le Figaro, que quiso saber, dado un próximo viaje a Washington, si Valérie Trierweiler seguía siendo la "primera dama de Francia". Bien, parece que Holland aún no lo sabe.

El líder socialista, ¡viva la incoherencia!, fue crítico con el estilo de vida de su predecesor Sarkozy y en el último duelo electoral dijo que si llegaba al Elíseo su comportamiento sería "ejemplar". Ahí también cambió de opinión el hombre, y por lo visto, sin informar a su pareja. En lo personal se portó como un canalla, pero por suerte los franceses dicen que no se lo tomarán en cuenta. Loable actitud, ésa de separar a rajatabla lo público de lo privado en la vida de un presidente. Y difícil de creer que sea rigurosamente cierta.

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