En involuntario homenaje a la obra de Orwell, el Gobierno catalán va a dotarse también de una comisión de la verdad. Dando por hecho que lo de hace trescientos años ya está suficientemente aclarado, esa comisión se dedicará a los "crímenes de lesa humanidad" cometidos en Cataluña durante la Guerra Civil, la dictadura y la Transición. Tiene sentido: el nacionalismo catalán ya ha adquirido suficiente experiencia en el falseamiento de la Historia como para ponerse de lleno a apuntalar su reescritura, realmente bochornosa, de esos períodos más recientes.
Habrá mucho que hacer. No digamos si rescatan la loca idea de que la Guerra Civil fue una guerra entre Cataluña y España. Pero hay mucho que inventar para dar más cuerpo oficial a mitos, leyendas y cuentos narcisistas que circulan ampliamente. Como, por ejemplo, el de que la represión franquista fue mucho más dura en Cataluña que en el resto de España. Como su correlato, igualmente fulero, de que la resistencia al franquismo fue mucho más notable allí que en cualquier otra parte del territorio español. Falsedades de las que el separatismo extrae tanto la confirmación de su diferencia como el autocomplaciente placebo de que llevaba el antifranquismo en los genes –sí, en los genes, porque siempre acaban empezando en el ADN–. Sin olvidar, naturalmente, el impulso añadido para despreciar al resto de los españoles, franquistas genéticos ellos.
Lo novedoso, si acaso, es la incorporación de la Transición, respecto a la cual dijo la portavoz Elsa Artadi: "La Transición no se ha acabado de esclarecer, se tiene que aportar luz a unos hechos muy relevantes y que tuvieron muchas consecuencias, por lo que no nos podemos parar en 1975". Los imparables. Bien les vendría ver, a la portavoz y similares, aquellos programas de Victoria Prego. Pero es posible que una de las condiciones para darse a la mentira sin escrúpulos sea la ignorancia.
Una comisión de la verdad sobre la Transición en Cataluña puede ser, aun dirigida por el Gobierno regional separatista, una gran oportunidad. Porque sucedieron allí, en especial en la Cataluña interior, donde el separatismo tiene sus principales apoyos, cosas muy interesantes entonces. Cosas poco sabidas. Cosas que a primera vista pueden parecer sorprendentes. Sólo a primera vista. En segunda reflexión se aprecia que no tiene nada de asombroso que la mayoría de los alcaldes de la época franquista que se presentaron a las primeras elecciones democráticas lo hicieran bajo las siglas de Convergència i Unió. ¿Dónde si no? Era la continuación natural.
Hace años, ese cambio de chaqueta de los alcaldes del franquismo en Cataluña, un cambio puramente nominal, un paso de un régimen a otro, fue estudiado por miembros del PSC, entre ellos, el profesor y exdiputado Joan Marcet. Es delicioso acudir hoy a la hemeroteca y encontrar que la noticia de aquel estudio la dio en 1988, en El País, José Antich, que ahora dirige uno de los digitales del movimiento. Se titulaba: "Una coalición que enrola a centristas y alcaldes del antiguo régimen". ¡Para quedarse en él!, hay que añadir. Contaba que la reacción de Pujol había sido recordar su estancia en la cárcel en los años sesenta. Ya. Pero ¿cuántos nacionalistas más? Según Tarradellas, ninguno. La mayoría de los que fueron a la cárcel por oponerse a la dictadura fueron comunistas. De unas siglas u otras. Allí, como en el resto de España.
Los datos de aquel trasvase de las filas franquistas a las convergentes los reelaboró recientemente el arqueólogo e historiador Roger Molinas. Incluyen las municipales de 1979 y 1983. El total es revelador: de los 219 alcaldes del franquismo que se presentaron, 95 lo hicieron por CiU, mientras que sólo 22 y 10 fueron en las listas de UCD y AP, respectivamente. La acogida de CiU a los náufragos de la dictadura fue tan generosa que hasta le hicieron sitio a un líder falangista de Tortosa que, en 1977, había probado suerte en las listas al Senado de los Círculos de José Antonio. Primitivo Forastero, que así se llamaba, fue alcalde de Camarles en 1979. Por CiU, claro. Otros alcaldes del franquismo se reciclaron en el contenedor convergente como diputados del parlamento catalán, del Congreso, delegados de la Generalitat o consejeros. Una maravilla de la integración.
La relación del nacionalismo con la verdad consiste básicamente en negarla. Pero esa comisión de la verdad sobre la Transición que va a poner en marcha el Gobierno catalán será una espléndida ocasión para desmentir los cuentos narcisistas sobre el antifranquismo nacionalista y dar a conocer el grado de continuidad entre las estructuras de poder de los dos regímenes. Sería el auténtico homenaje a George Orwell.