Un ladrón sabe que comete un delito. Procurará zafarse de las consecuencias, pero es consciente de que ha infringido la ley. No le extrañará que, una vez detenido y puesto a disposición judicial, se le acuse de ello. En el separatismo catalán, sin embargo, la conciencia de que se ha quebrantado la ley, si existe, está profundamente oculta, sepultada bajo un cúmulo de falsedades que, por su complejidad y consistencia, han configurado una auténtica realidad paralela.
La densidad de esa lava de falsedades, que ocupa todos los huecos imaginables, se percibe con especial relieve cuando los separatistas se ven forzados a confrontar las resoluciones judiciales que califican sus vulneraciones de la ley. Ante las acusaciones de rebelión a los procesados por el 1-O, el separatismo se quedó ojiplático, como si no pudiera creer que los acusados hubieran cometido delito alguno. Pero ¿cómo va a ser delito poner unas urnas?, clamaban. Pero ¿cómo puede ser delito aprobar una resolución política en el Parlamento? Todo era así: increíble, imposible. Por tanto, pura acción represiva contra las ideas independentistas. El separatismo, visto por sí mismo, no puede quebrantar la ley, porque está por encima de la ley: es la voluntad de un pueblo.
Con la detención de los miembros de un grupo llamado Equipos de Resistencia Técnica, que, según los autos judiciales, planeaban poner bombas, colapsar las comunicaciones y ocupar el Parlamento, la huida de la realidad por parte de los dirigentes separatistas que, para mayor gravedad, lo son del Gobierno regional les ha llevado a negar de plano los hechos descubiertos y a negarse a tomar distancia de los que preparaban atentados. Pero ¿qué atentados?, dicen. Pero ¿qué terrorismo? Nada de nada, invento, montaje para criminalizar, para crear un relato falso, dicen desde Puigdemont a Torra, pasando por los voceros habituales. Por lo tanto, nada de lo que desmarcarse, nada que condenar. "No podemos condenar lo que no existe", dice Torra. ¿Había que dejar que cometieran algún atentado para que Torra pudiera condenarlo? Pero el presidente catalán dice que no hubo nada por la poderosa razón que asiste al separatismo cada vez que se le achaca violencia: "Nosotros no somos violentos. Nosotros somos pacíficos". Y ya está. No hay más que hablar. Topamos con el ser. Con la esencia. Nada pueden los hechos contra lo ontológico.
Siempre queda la duda. Poca duda hay acerca de que los dirigentes tienen que saber que están ocultando la verdad. Que la están sepultando con esa lava de falsedades que hacen fluir continuamente para que rellene cualquier grieta. En el caso que nos ocupa, la investigación implica en los planes de los ERT para ocupar el Parlamento a un organismo de la Generalitat, el Cesicat, más conocido como el CNI catalán, lo cual significa que hay implicación institucional en un acto ilegal y violento. Tendrá que confirmarse, pero no podrá sorprender que sea así, visto lo ocurrido antes, durante y después del 1-O. Cuando la policía autonómica fue instrumentalizada para dar vía libre al referéndum ilegal. Cuando miró para otro lado mientras miles de personas asediaban a la comitiva judicial que había ido a la Consejería de Economía. Cuando los dirigentes separatistas, en fin, pusieron a todas las instituciones de la autonomía al servicio del golpe.
La duda que queda atañe a la credulidad del público, de esas bases independentistas a las que necesitan mantener en ese pequeño y cerrado universo paralelo, a salvo de los embates de la realidad. ¿Creerán, por ejemplo, que ese grupo violento detenido no es violento, ni es grupo, ni existe siquiera, como dicen sus dirigentes? ¿Creen realmente que, como no llegaron a atentar, no son peligrosos? ¿No les preocupa que haya gente que planea poner bombas? Por si tuvieran alguna inquietud, los medios públicos autonómicos hacen lo que sea por quitársela. TV3 dio la noticia diciendo que los detenidos preparaban una "gran acción mediática", que así es como llaman a poner explosivos cuando los que quieren hacerlo pertenecen a un grupo separatista. Todo eufemismo está justificado para preservar la irrealidad. Para preservar el autorretrato del independentismo como el movimiento más pacífico, democrático y maravilloso que hay sobre la Tierra.
No es sólo que TV3 y otros medios públicos sean los altavoces de la propaganda separatista. Tienen un papel fundamental en la construcción de la realidad paralela y en la reparación de cualquier grieta que aparezca en su compacta estructura. Es una construcción social. No basta con que los creyentes crean a título individual, tienen que vivir en un entorno que confirme su creencia. Es la dinámica de las sectas. Tantos años de ingeniería social nacionalista, tantas décadas de instigar la rabia por el (falso) agravio y el lamento victimista, lo ponen difícil. Han fomentado la credulidad, el infantilismo y el narcisismo –ese espejo que sólo refleja perfección–. Y los tres van de la mano. Ahora, como en el 1-O.