El Tesoro británico ha elaborado un informe sobre las consecuencias monetarias de la independencia de Escocia. Esto de la independencia suena bonito hasta que uno se pone a hacer las cuentas. La cuestión, para empezar, es en qué moneda habrá que echarlas; es decir, cuál sería la moneda de un Estado escocés independiente. ¿La libra, el euro o una moneda propia? ¿Y la libra con unión monetaria con el Reino Unido o sin ella? Las buenas malas noticias del Tesoro son éstas: ninguna de las opciones abre un camino de rosas. Todas tienen costes. Y la única opción que no entraña cesiones de soberanía es disponer de una moneda propia. John Kay, del Financial Times, ya ha propuesto un nombre: el bawbee, que era como se llamaba la moneda que acuñó el padre de María Estuardo.
El informe, naturalmente, no ha gustado a los de Salmond. Los nacionalistas escoceses, igual que los catalanes, quieren que la gente crea en dos imposibles: que la independencia sale gratis y que con ella se gana dinero. Pretenden que Londres o Madrit asistan como solícitas y silentes comadronas al parto y ayuden a la partición de los Estados respectivos, en lugar de obstaculizarlo con negros augurios sobre sus efectos. Son consecuencias insoslayables, pero todo el esfuerzo del separatismo se centra en soslayarlas. Es consciente de que su crucero a la Tierra Prometida sólo se llena si los pasajeros permanecen en la ignorancia del precio.
En el Reino Unido se han propuesto estudiar y difundir los costes de la independencia que el nacionalismo escocés esconde o minimiza. Es un trabajo por convencer a aquellos que aún no están convencidos, que no son separatistas irreductibles. En España, en cambio, los únicos que hacen ese trabajo son los nacionalistas. Frente a su labor de desinformación no hay nada sistemático y consistente. Los de Artur Mas no predican la separación sólo por razones esencialistas, por la nación catalana que existe desde el Big Bang y cosas por el estilo. Presentan argumentos económicos, de coste y beneficio, de ventajas y dinero, mientras los defensores de la unidad de España muestran un olímpico desdén por los aspectos prácticos.
El Consejo de Transición Nacional, que ha formado Mas, suministrará en los próximos meses respuestas a las preguntas que suscita la independencia. Sesudos tochos, estudios económicos y jurídicos caerán sobre la sociedad catalana para persuadirla de que la separación de España le conviene, y mucho. De continuar como hasta aquí, no habrá ningún contrapeso, ningún esfuerzo similar por convencer a los que dudan. Por dar las respuestas veraces y demostrar que la separación es, ante todo, un pésimo negocio para los catalanes. Veamos, para empezar, cuál sería la moneda.