El diputado Errejón ha querido abrir el melón de la meritocracia por el hecho de que Marta Ortega, hija del fundador de Inditex, vaya a ser presidenta de la empresa. La meritocracia, dijo, son los padres. Bueno, en las empresas vinculadas a una familia suele ocurrir que los hijos sucedan a los padres. O solía ocurrir. Y no está claro que sea mejor que tome las riendas un ejecutivo sin relación personal con la empresa. En cualquier caso, estamos ante un procedimiento tradicional que no guarda relación con el debate actual sobre la meritocracia, debate al que Errejón y otros quieren apuntarse, pero de oídas.
La discusión actual está muy ligada al libro La tiranía del mérito, del filósofo Michael Sandel, que ha tenido gran éxito, supongo que por sus méritos. Y lo que plantea Sandel no es el problema antiguo, el de llegar a altas posiciones en razón de la herencia, sino uno nuevo que, según el autor, se ha generado con la globalización. Este problema consistiría en que los nuevos triunfadores no ascienden por los méritos de sus padres, como antaño, sino por los méritos propios, entre ellos, sus títulos universitarios. Sandel está hablando de Estados Unidos, hay que decir. Lo que afirma, por simplificar, es que al llegar arriba unos cuantos gracias a su esfuerzo y sus méritos se mira con desprecio a los muchos que no logran triunfar, porque se da por sentado que no se esforzaron lo suficiente. Al asociarse el éxito al mérito y al esfuerzo, se asociaría el fracaso a la falta de mérito y esfuerzo.
Esa es, más o menos, la tesis de Sandel, que ha reactivado la vieja cuestión de la meritocracia, aunque sacándola, pienso, de contexto y de quicio. Pero Errejón está en el viejo paradigma: denuncia que Marta Ortega no llega por méritos propios, sino por ser hija del fundador. Hay que suponer que esta denuncia se dirige no sólo contra una empresa que sirve a podemitas y expodemitas como exponente de las maldades del capitalismo, sino contra el capitalismo, en general. Fijaos, vienen a decir, en el capitalismo te dicen que puedes llegar a ser lo que quieras si te esfuerzas, pero en realidad llegas gracias a tus papás. Precisamente el caso de Amancio Ortega es ejemplo de lo contrario, porque empezó desde abajo, muy modestamente. Pero, de vuelta a lo general, la cuestión es que no están denunciando nada que no haya ocurrido siempre. En el capitalismo, antes del capitalismo y fuera del capitalismo. No hay más que ver cómo iba –y va– la cosa en el comunismo.
La cuestión interesante es la que se deja fuera. Porque no se habla, en esta nueva discusión de la meritocracia, del ámbito en el que la meritocracia tiene que garantizarse con el mayor rigor: en la Administración. Especialmente en nuestro país, donde su politización no ha ido en descenso, sino en aumento. De lo que debería estar hablando Errejón es de cómo se designa a los presidentes de organismos (supuestamente) independientes y empresas públicas, y de cómo puede ser que España sea uno de los países desarrollados donde más altos cargos públicos cambian cada vez que cambia el Gobierno. Todos sabemos por qué. Y todos sabemos que justo allí donde la meritocracia tendría que ser la norma lo que rige como mérito principal es la afinidad política. En cuanto a los partidos políticos, incluido el de Errejón, la meritocracia, ¡ay!, es batalla perdida.