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Cristina Losada

La 'memoria histórica' y el olvido de la literatura

Cuando elogian a Grandes por dar voz a los olvidados olvidan, qué tremenda paradoja, a tantos escritores que vivieron la guerra civil y escribieron sobre ella.

Cuando elogian a Grandes por dar voz a los olvidados olvidan, qué tremenda paradoja, a tantos escritores que vivieron la guerra civil y escribieron sobre ella.
Entierro de Almudena Grandes | EFE

Ha muerto Almudena Grandes, una escritora de éxito, que no es poca cosa en un país donde siempre se dice que se lee poco, y es interesante ver qué se destaca y qué no de su obra. Para esa tarea, nada mejor que acudir al recuerdo que ha publicado Pedro Sánchez en El País, porque en los artículos que firman los presidentes del Gobierno se reúnen todos y cada uno de los tópicos que se instalan, como convocados por el muy político deseo de amoldarse al sentir momentáneo de la mayoría.

Sánchez los reúne, aunque en realidad sobra el plural: sólo hay uno. Es el tópico que se ha petrificado sobre la obra de Grandes: el de que ha dado voz a los olvidados, refiriéndose a los que perdieron la guerra civil. Se lee en lo de Sánchez: "Nuestras hijas e hijos y las siguientes generaciones sabrán cómo fue la historia de los vencidos y de las vencidas, las pequeñas historias que sucedieron en los márgenes, las grandes preguntas que sostienen todavía esos nombres anónimos derrotados por una historia implacable". Es decir, gracias a las obras de Grandes, lo sabrán. La autora, por tanto, habría rescatado del olvido unas historias y una historia que estaban en el olvido, silenciadas –esto va implícito– por el pacto de silencio o la amnesia de la Transición. Como era de esperar, la pieza de Sánchez no mencionaba que el gran éxito de Grandes, y el primero, fue con la novela erótica Las edades de Lulú.

Si algo ha conseguido imponer la política de la memoria histórica es la idea, completamente irreal, de que la guerra civil era materia sobre la que se había impuesto el silencio hasta hace nada. No sólo en la política, sino en ámbitos como el literario. Y es del todo irreal. La guerra civil es uno de los acontecimientos sobre los que más se ha escrito, en España y fuera de ella. Se ha escrito historia y mucha, pero no se han escrito menos obras literarias. Cuando Sánchez y tantos otros elogian a Grandes por dar voz a los olvidados olvidan, qué tremenda paradoja, a tantos escritores españoles que vivieron la guerra civil y escribieron sobre ella. Lo hicieron en el exilio y en España. Lo hicieron desde la óptica de los que perdieron la guerra, como Sender, o desde la de los que la ganaron, como Foxá. Ahora es como si no hubieran existido.

El artefacto político de la memoria histórica ha conseguido, ¡menudo logro!, que se sepulte en el olvido y se borre a efectos prácticos la existencia de grandes escritores españoles que hicieron auténtica literatura de su experiencia de la guerra civil. A cambio, ¡menudo intercambio!, ha consagrado a autores que se han sumado a tal estrategia política. Autores, hay que añadir, que no vivieron la guerra civil y que la descubrieron a cierta edad. Cierto que cada cual escribe de lo que quiere, y también de lo que puede, pero es de interés observar cómo escritores y cineastas –piénsese en Almodóvar–, que saltaron a la arena como representantes de la Movida, están terminando su ciclo a años luz de aquello, en sincronía con la memoria histórica.

Su buceo en un pasado que no conocieron y al que no prestaban atención cuando empezaron es sorprendente. Y es que lo mejor de la Movida fue una ruptura con el pasado que ya quisiera el supuesto pacto de silencio. Todo lo interesante de esos mitificados años, su carácter frívolo, provocador e importado, está en que no tenía que ver con el pasado. En los ochenta, cinco años después de la muerte de Franco era como si Franco no hubiera existido. Pero veintitantos años después sólo iba a existir Franco. Es posible que esos autores no pudieran estirar más la nostalgia por sus años juveniles. Quizá fue que se habían perdido experiencias, como el antifranquismo. Nadie lo sabrá, ni ellos. Yo me limito a lamentar la pérdida de aquel espíritu transgresor y su reemplazo por la conformidad con los dictados de la política.

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