Antes de que las críticas a la gestión de la epidemia sean delito de negacionismo, indicio de fascismo o incitación al odio, aprovecho para decir algo. Lo primero es lo primero, y estricto resultado de la observación: para la mayoría de los partidos políticos y de los medios españoles, el confinamiento es la única y sola opción que contemplan para contenerla. Con distintas modulaciones, sí, pero con tendencia al modo encierro.
Todos los que imparten cada día lecciones de modernidad o reparten promesas de modernización, puestos ante la epidemia del siglo XXI sólo entienden de soluciones del siglo XIV, que ni siquiera, como hemos visto y veremos, son soluciones. A fin de cuentas, confinar es como apretar el botón de “Pausa”, y una vez que se suelta –y hay que soltarlo, puesto que no se puede cerrar todo indefinidamente ni encerrar a la gente todo el tiempo– la epidemia vuelve.
Vuelve a crecer, sobre todo, cuando no se ha aprovechado la pausa para introducir sistemas de control menos disruptivos. Es decir, menos medievales. Lo digo sin intención peyorativa. Los medievales no tenían otra opción. Nosotros, sí. Y, sin embargo, nuestros adalides de la modernidad y la modernización, del siglo XXI, la sociedad del conocimiento, la tecnología y el I+D+i utilizan la herramienta medieval contra la epidemia tan a gusto que ni se percatan de la disonancia. Ya se les ve lanzados por el camino que lleva a proclamar que la única solución es un nuevo confinamiento domiciliario.
Frente a la epidemia, más aún con la experiencia de la oleada de marzo, el objetivo debería ser contenerla causando los menores daños colaterales posibles. Ése sería un objetivo propio del tan cacareado siglo XXI. Confinar es todo lo contrario. Significa contener la epidemia provocando los mayores daños colaterales. Los mayores. Hay, ciertamente, un empeño en la izquierda por reducir los daños del confinamiento a la economía, dando a entender, incluso, que sólo se perjudica a los enemigos del pueblo: empresarios, capitalistas, privilegiados. Pero cualquiera sabe que confinar también inflige (inflige, Pablo) daños a la salud de las personas y que su impacto económico lo sufren, más que nadie, los menos favorecidos.
Creyéndose sofisticada, esta izquierda medieval no da para más que para dicotomías como la que opone la economía a la salud. Lo que sea malo para la economía, así parece razonar, es bueno para ella. Lamentablemente, en lo que a confinar se refiere no sólo hay medievales a la izquierda. Para los Gobiernos es un instrumento tentador. Sus costes no son tan rápidamente visibles como su utilidad: doblegar la curva. Es un efecto efímero, sí, pero el corto plazo es ya el plazo de la política por antonomasia.