El Debate sobre el Estado de la Nación no suele ser un debate, y el último no fue excepción. Pero el acontecimiento ofrecía, como detalle novedoso, el debut en ese baile de los dirigentes del PSOE y de IU. Los dos principales partidos de izquierda presentes en la Cámara estrenaban duelistas y se palpaba cierta expectación. Mayor, seguro, en sus propias filas, donde esta clase de bautizos tiene el riego de acabar en defunción. Hablando en plata, se la jugaban. Y así fueron a lo seguro: a aquello que más ardor y más aplausos desencadena entre los suyos. Si el discurso de Rajoy sonó a Boletín Oficial del Estado (cómo extrañarse de que sus propios se distrajeran), los de Sánchez y Garzón sonaron a panfleto de convocatoria de manis y mareas, sin que faltara el eco del tsunami que los amenaza a los dos.
No se desviaron un ápice los dos debutantes de la posición en que se ha instalado la izquierda durante la legislatura del PP, cuya básica línea argumental parte de achacar todos los problemas existentes a la política económica del Gobierno de Rajoy. Al escucharlos uno tenía la impresión de que antes de la llegada de este Ejecutivo torpe e insensible todo iba a las mil maravillas. Hasta daban ganas de pedir de inmediato el regreso a aquellos años gloriosos que vivimos entre finales de 2007 y finales de 2011. Porque, a tenor de las intervenciones de Sánchez y Garzón, ninguna de las penurias actuales se debió a la caída en picado de la economía española en ese período: todas tendrían su origen en la maldita austeridad.
La austeridad, o algo parecido, comenzó en mayo de 2010, con un decreto que firmó el presidente Zapatero para hacer un ajuste mínimo obligado. Ajuste y recortes, por cierto, a los que se opuso fieramente el PP. Pero antes de cualquier tijeretazo, antes de que se hiciera ninguna restricción del gasto, se destruyeron en sólo dos años, en 2008 y 2009, casi dos millones y medio de puestos de trabajo. No fue por la austeridad, porque no había. Zapatero aún se permitió adornar su última campaña electoral, que ganó, con una devolución de 400 euros a los cerca de 13 millones de personas que pagaban el IRPF. Había superávit, había "dinero para hacer política", mientras el parón, el estallido de la burbuja, ya estaba ahí.
Todo esto es sabido. Lo significativo y lamentable es que Sánchez y Garzón, que para más son economistas, prefieran ignorar las debilidades estructurales de la economía española, las que hicieron que todo cayera como un castillo de naipes, para dirigirse a los suyos y a los votantes que desean recuperar con un guión que establece que la causa de la crisis es el Gobierno de Rajoy. Esto se parece como una gota de agua a otra a lo que decía el PP en la oposición: quítese al PSOE y todo volverá a rular. Se está demostrando que levantar la economía española es asunto mucho más difícil de lo que pregonan los dos grandes partidos y bastantes otros. La izquierda debutante se ha tirado sin dudar a lo fácil. El otro día el ministro alemán de Finanzas, Wolfgang Schäuble, dijo a propósito de Syriza que "gobernar es una cita con la realidad". Me pareció optimista. Aquí, gobiernen o estén en la oposición, todos se las arreglan para aplazar la hora de esa cita.