Más de un mes antes de que Jeremy Corbyn fuera elegido líder del laborismo británico, el editor del blog Left Foot Forward publicaba una pieza contra él. Su peculiaridad era que se oponía a aquel auténtico izquierdista desde la izquierda. Lo que movía a James Bloodwarth a sentenciar que ninguna persona de izquierdas debía apoyar al camarada Corbyn no eran sus propuestas económicas, tan vapuleadas por los blairistas, ni otras razones que pudiera esgrimir el Partido Conservador. Su rechazo a Corbyn lo provocaba el alineamiento del candidato con dictadores y autócratas, con antisemitas, negacionistas y perseguidores de homosexuales.
Bloodwarth empezaba contando que en 2011, cuando él era miembro de un grupo trotskista, acudió a una charla de Corbyn sobre la guerra en Libia y se quedó de piedra, igual que otros asistentes, cuando el miembro de la facción izquierdista del Labour se puso a elogiar los "logros" del régimen de Gadafi. Naturalmente, alguien que es capaz de alabar a Gadafi no se queda ahí. En los últimos años, Corbyn mostraría su respaldo expreso o justificaría a elementos del tenor de Hugo Chávez, Fidel Castro, Slobodan Milosevic y Vladimir Putin; y llamaría "amigos" a grupos terroristas como Hezbolá y Hamás. Además, trabajaría para una cadena de televisión iraní que acoge a impenitentes negadores del Holocausto.
¡Vaya sorpresa!, diríamos desde España, pensando en los fundadores de Podemos. No sólo en ellos, sin duda, pero da la casualidad, digámoslo así, de que la nueva izquierda surgida aquí ha elegido prácticamente a esos mismos amigos, ha hecho sus pinitos en la tele de un Irán que cuelga a los homosexuales y oprime a las mujeres, y ha tenido como gran referente a Chávez, al que llegó a asesorar. Tan estrechos son, por cierto, sus lazos con él que uno de los fundadores de Podemos, Juan Carlos Monedero, acaba de defender con uñas y dientes la condena del disidente Leopoldo López. Lo ha hecho a través de una analogía de López con la ETA que tiene delito moral, y que han comentado como se merece Maite Pagazaurtundúa en Libertad Digital e Ibsen Martínez en El País.
Es posible que en España no escandalicen tanto esas amistades y esas vinculaciones de cierta izquierda. Que no escandalicen, quiero decir, en la propia izquierda. Cuando no quedaba en Europa ningún partido de izquierdas relevante que no condenara la dictadura castrista, aquí Fidel seguía contando con sus incondicionales. Aún los tiene, y aún tiene más el chavismo. Y la transigencia con el antisemitismo, recientemente visible a raíz de los chistes del concejal Zapata de Ahora Madrid, alcanza grados que son inimaginables en países de nuestro entorno. Pero ahora han elegido en Gran Bretaña, como líder de un partido histórico como el laborismo, a un hombre que tiene una lista de amistades poco recomendables muy similar, si no idéntica, a la del izquierdismo español más ultramontano.
La diferencia es que allí hay una izquierda, incluso una izquierda a la izquierda del laborismo convencional, que no comulga con esas ruedas de molino y lo proclama abiertamente. Una izquierda que deplora y censura "el giro del pensamiento de izquierdas hacia movimientos que antes hubiera denunciado como racistas, imperialistas y fascistizantes", por decirlo en palabras de Nick Cohen, que anunciaba así en The Spectator que se borra de la izquierda. Y confesaba:
Me he dado cuenta ahora de lo que debería haber sabido hace años. Las causas que más me importan –la secularidad, la libertad de expresión, los derechos humanos universales– no son sus causas.
Por decirlo todo: esa izquierda es minoría. Como reconoce el propio Cohen, los militantes que votaron por Corbyn saben que apoya a dictadores y autócratas, a antisemitas, a perseguidores de gays, a yihadistas y a negadores del Holocausto. Lo saben, pero no les importa. Igual que lo saben los seguidores de Podemos, aunque a éstos, barrunto, les importe todavía menos. La vieja izquierda formada en la tradición ilustrada occidental se bate hoy con una nueva izquierda que por falta de formación, por fanatismo o por ambas cosas, teje alianzas con figuras y movimientos que, hace algunas décadas, un izquierdista hubiera mirado con desprecio y horror. Aunque todo esto ya pudo anticiparse después de los atentados del 11-S, que fue cuando Horacio Vázquez-Rial acuñó el concepto de la izquierda reaccionaria.
Hoy la divisoria en la izquierda europea no está, por más que lo parezca, en las diferencias sobre cómo encarar la crisis económica. Está en su agenda de direcciones. Es ahí donde muestra qué le importa y qué no: cuáles son sus causas y sus valores.