En un desayuno en el Ritz, el secretario general de Podemos dijo que su partido es "el resultado del fracaso de los que vinieron antes". No se refería, conviene explicar, a los que fueron antes que él al Hotel Ritz, sino a la Tercera Vía de Tony Blair y Gerhard Schröder. Mencionó expresamente a los dos, pero se dejó en el tintero a una figura central de aquella corriente que se propuso renovar la socialdemocracia: Bill Clinton. Y no lo digo sólo por fastidiar; lo digo también porque Clinton fue quien presentó oficialmente junto a Blair el constructo político conocido como Tercera Vía en una conferencia celebrada en Nueva York en el año 1998.
Hay que fijarse en el año del lanzamiento por una razón: si Podemos ha nacido, como sostiene Iglesias, del fracaso de la Tercera Vía, es que ésta ha tardado casi veinte años en fallar. Dicho de otra manera, la traída y llevada política centrista de la socialdemocracia funcionó razonablemente bien a lo largo de casi dos décadas, cosa que no está nada mal. Todo ello, precisemos, siempre que se acepte la premisa del dirigente de Podemos, premisa que incita a asombrarse de cuánto tiempo ha tardado en aparecer la criatura alternativa a lo de Schröder y Blair (¡y Clinton!), que pasaron a mejor vida política hace un montón de años.
De juzgarla por ese detalle temporal, la afirmación de Iglesias raya en el ridículo, pero su premisa acarrea una carga de más profundidad. Lleva implícito y, a veces explícito, un relato mítico: la idea de que hubo una vez una socialdemocracia auténtica y de verdad, que defendía los auténticos y verdaderos valores de la izquierda; que esa Edad de Oro fue truncada por unos traidores, que se pasaron al enemigo asumiendo sus postulados neoliberales; y que esa traición condujo a la socialdemocracia a la decadencia y, last but not least, a la Gran Recesión de 2008 y a los erróneos remedios que se aplicaron después.
No es la primera vez ni la segunda que Iglesias pone en la Tercera Vía la frontera entre la socialdemocracia auténtica y la socialdemocracia desviada. Como si la socialdemocracia antes del dúo o trío de renegados hubiera hecho la misma política en todas partes, y como si se pudiera establecer que sólo hay una verdadera: una única y verdadera religión socialdemócrata. Por citar sólo un caso que lo desmiente: los laboristas australianos desarrollaron una política similar a la que luego se identificó con la Tercera Vía, entre principios de los 80 y los 90. Antes de que Blair soñara con llegar al poder, ya hubo socialdemócratas que se toparon con los límites de la intervención estatal en la economía y decidieron probar otro tipo de política.
El padre intelectual de la Tercera Vía es el sociólogo británico Anthony Giddens. Hace unos años escribía un artículo en el que comentaba los tópicos y lugares comunes con los que se despachaba su obra, sobre todo desde la izquierda. En lo esencial, son los lugares comunes y tópicos que viene manejando Iglesias al respecto. Giddens aclaraba que la Tercera Vía no era un "camino intermedio" entre izquierda y derecha, socialismo y capitalismo, ni tampoco un tipo de pragmatismo, sino una "filosofía de centro-izquierda" destinada a renovar la socialdemocracia. Su propósito era superar dos "filosofías del pasado": el neoliberalismo y la socialdemocracia de "viejo estilo". Los valores de la izquierda mantenían su relevancia, seguía Giddens, pero era necesario innovar "para realizarlos en un mundo que estaba experimentando grandes cambios sociales y económicos". Uno de ellos era la intensificación de la globalización, que, precisaba, no era un fenómeno reducido el “mercado global”, ni una fuerza implacable ante la que sólo cabía someterse. A Giddens le molestaba especialmente que su propuesta se presentara como un sucedáneo pobretón del pensamiento del centro-izquierda, cuando su pretensión era revitalizarlo.
La Tercera Vía no empieza ni acaba en las simplezas que repite ahora Iglesias, y que difunden desde hace muchos años los ubicados a la izquierda de los socialdemócratas. Los suyos son los típicos reproches y críticas que hacen los partidos más doctrinarios y dogmáticos a los que son más flexibles y realistas dentro del mismo campo ideológico. Lo curioso es que Iglesias, de ahí sus referencias críticas a la Tercera Vía cuando ya nadie la invoca, quiera presentarse como el auténtico heredero de la verdadera socialdemocracia. Que busque, en fin, no sólo a la socialdemocracia perdida, en plan proustiano de andar por casa, sino que trate de conseguir unas credenciales socialdemócratas. Después de tanto ruido y tanta furia, de tanta pretendida innovación y tanto rechazo a lo viejo, todo lo que quiere ser Iglesias es un socialdemócrata respetable. Según el propio Iglesias, claro.