Cualquiera que escuche a dirigentes separatistas catalanes, cualquiera que lea a sus intelectuales orgánicos, opinadores e influencers, cualquiera que vea TV3 estará convencido de que la respuesta a la pregunta del título de esta columna es claramente negativa. Vehementemente negativa. ¡Un "no" absoluto entre exclamaciones! En Cataluña, que en su lenguaje es la Cataluña nacionalista, se habría dado el extraño fenómeno consistente en que allí, entre 1936 y 1975, no hubo un solo franquista ni falangista ni nada remotamente parecido. Bien al contrario, la única especie política existente en esas tierras fue la del demócrata. Entiéndase. Quieren decir que no hubo ningún facha con diez apellidos catalanes y que todos los catalanes propiamente catalanes fueron demócratas impecables durante aquellos cuarenta años y aún antes, pues los orwellianos más adelantados no se detienen en barreras temporales. Todos los franquistas, dice este bonito cuento, llegaron de fuera.
La versión para adultos narra que Cataluña padeció una represión extrema tanto en la posguerra como después, y que los catalanes de veinte apellidos catalanes presentaron una resistencia extraordinaria, sin parangón. Lo extraordinario del fenómeno, y del relato, está en ese "sin parangón". Nuestros orwellianos separatistas quieren transmitir exactamente esa asimetría entre Cataluña, su Cataluña, y el resto de España. Quieren transmitir que Cataluña padeció el franquismo como ninguna otra región española y lo resistió como ninguna otra, mientras el resto de España ni sufría ni se resistía de ninguna forma. Pretenden contarnos, en fin, que entre los catalanes no hubo ningún franquista, pero que el resto de España estaba llena de fachas. Actualizado y sintetizado, el cuento produce la afirmación, tan frecuente en boca del separatismo, de que los catalanes (de treinta apellidos catalanes) son demócratas y los españoles, fascistas. Por el ADN, claro.
El aniversario del fusilamiento de Lluís Companys fue nuevamente ocasión para divulgar versiones del cuento en las que el fusilamiento, en 1940, del que fuera presidente de la Generalitat aparece como obra de los fascistas venidos de fuera. Y, en efecto, quien escuche a los dirigentes separatistas, lea a sus opinadores e intelectuales orgánicos y vea TV3 no obtendrá ningún dato que le permita saber o conjeturar que en el fusilamiento de Companys hubo una notable participación de franquistas catalanes, esto es, de franquistas con ocho, diez o veinte apellidos catalanes. El asunto es tabú hasta tal punto que en ningún medio de difusión catalán encontrará el lector mención de personas con apellidos catalanes que tomaron parte en el consejo de guerra, fuese como juez instructor (Ramón Puig), como fiscal jurídico-militar (Enric de Querol) o como testigo. Publicarán, si acaso, el nombre del defensor de oficio (Ramón de Colubí) y los nombres con apellidos castellanos, pero jamás de los jamases los de tres de los testigos contra Companys. Éstos: el abogado Josep Tàpies Mestre, padre del célebre pintor, el médico Joaquín María Balcells Serch y el entonces jefe provincial del Movimiento y falangista Carlos Trías Bertrán, tío del convergente exalcalde de Barcelona, Xavier Trías. Trías Bertrán tuvo una carrera política tan importante que a su funeral en Barcelona, en 1969, asistieron ministros y figuras importantes del Régimen, sin que faltara el alcalde Porcioles.
No puede ser azarosa esa censura y no lo será. Es la autocensura necesaria para mantener en pie el cuento inverosímil de que no hubo franquistas ni fascistas entre los catalanes y que los auténticos catalanes presentaron una resistencia extraordinaria a la dictadura del general Franco. Nadie que tenga un mínimo conocimiento de la Guerra Civil y del franquismo puede creer y difundir tales patrañas. Pero no las transmiten sólo los propagandistas del independentismo, que saben que esa tergiversación de la historia, por increíble que resulte, es una pieza clave para despertar la simpatía de los medios internacionales. No sólo es cosa de los que viven del cuento. Hay historiadores prestigiosos e hispanistas reputados que dan crédito a la patraña de la diferenciación, a la especie de que Cataluña sufrió bajo la dictadura lo que no sufrió ningún otro lugar de España. Su aceptación de esta mitología quizá les consiga el afecto de los independentistas y de las instituciones bajo su control. Claro que el prestigio académico de esos historiadores e hispanistas queda, acto seguido, en tela de juicio.
El más conciso balance de la represión en Cataluña bajo la dictadura o, para ser precisos, de la que sufrieron los nacionalistas catalanes, lo hizo el presidente Tarradellas en una entrevista que le practicó Iván Tubau en 1982.
–Hay personas que usted tuvo en su Gobierno cuando era presidente y que habían pasado años en la cárcel durante el franquismo.
–¿Quién?
–El Guti [Antonio Gutiérrez, dirigente del PSUC], sin ir más lejos.
–Sí, sí, de acuerdo. Lo aprecio y lo quiero mucho. Hay otro que también pasó dos años en la cárcel: Pujol. Dos. No sé si llegarían a media docena. Pero en este país hay seis millones de habitantes. Lo que pasa es que la gente de este país no quiere saber la verdad, quiere que la sigan engañando.
No quieren saber la verdad. Quieren que los sigan engañando. Hoy como ayer.