La autoridad se dedica ahora a hacer guías de conducta para las fiestas. No, desde luego, para pedir que se eviten las molestias que causan los conciertos a tope de decibelios, el griterío en las calles y los aportes extras de basura que traen los mil y un festejos veraniegos, ya plenamente institucionalizados y subvencionados. Esos efectos de la fiesta hay que sufrirlos porque sí. Lo que hacen hoy las autoridades es recomendarle al ciudadano pautas que se daban por sabidas, sea para que no le entren a robar en casa o no le hurten la cartera, sea -y esta es la polémica- para evitar agresiones sexistas. En Vitoria, la Ertzaintza y la policía local hicieron, para las fiestas, un tríptico digno de estudio. En la parte para prevenir los robos aconsejaban que uno cerrase con llave la puerta de casa. Si esto hay que decirlo en un folleto es que nos hemos vuelto muy tontos. Aunque es más probable que las autoridades quieran exhibir que se ocupan de nuestra seguridad y reúnan para ello unos cuantos consejos de Perogrullo.
La polémica, por supuesto, fue por la parte sobre las agresiones sexistas. El folleto recomendaba no aceptar citas extrañas ni citas a ciegas. O no transitar de noche a solas por lugares apartados y poco iluminados. Para las asociaciones feministas de Vitoria y otras, los consejos hacían responsables a las mujeres de cuanto les pudiera ocurrir. Al parecer, la propia formulación del consejo implica un desplazamiento de la culpa del agresor a la agredida que haya ignorado la recomendación. Sería interesante saber si las feministas de Vitoria piensan que los consejos de las autoridades producen en todos los casos una inversión de la culpa. Por ejemplo, cuando un hombre no sigue cierto consejo incluido en el folleto de Vitoria ("Si vas a orinar, hazlo en lugares habilitados. No te alejes a lugares apartados") y le roban la cartera, ¿a quién creen que se está culpando del hurto? ¿Al ladrón o al que fue a orinar dónde no debía?
La pregunta, obviamente, es retórica. La respuesta es conocida. Para esas feministas, sólo tienen el perverso efecto de invertir la culpa aquellas recomendaciones de seguridad destinadas a evitar agresiones sexuales a las mujeres. Lo mismo sucede con el efecto perverso de coartar la libertad. "Nosotras no somos las responsables, no tenemos que pagar ningún peaje social ni emocional por vivir en libertad", clamaba uno de los grupos feministas contra el folleto de la Ertzaintza. Un canto a la libertad, qué bonito, venga de dónde venga.
Pero si de esa libertad hablamos, si hablamos de la libertad de transitar de noche por callejones solitarios y oscuros, ésa es una libertad que muchos, sean hombres o mujeres, prefieren no tomarse. Y no se la toman sencillamente porque saben que el crimen existe y que en aquel callejón oscuro y desierto son más vulnerables.
En el mundo que habitamos, esas precauciones se toman constantemente. Más todavía en los países que están fuera de nuestra civilizada y organizada burbuja, pero también en ella. Hay lugares muy visitados donde lo primero de lo que se informa al forastero son las zonas por las que no debe meterse. Restringimos nuestra libertad de movimientos y alguna otra en aras de nuestra seguridad. Es molesto, es fastidioso, es deplorable, pero la erradicación completa del crimen no parece un programa realista. De ahí que adoptemos pautas de conducta para minimizar los riesgos. Yo estaría de acuerdo en pedir a las autoridades que dejen de dar consejos de seguridad, sean quienes sean los destinatarios. No hacen más que infantilizar al público y menguar el ya menguado sentido de responsabilidad personal. Pero es una grave irresponsabilidad llamar a que se deje de lado cualquier precaución. En ello están, sin embargo, esos grupos feministas. La seguridad de las mujeres les importa menos que alimentar su cruzada contra el pecado original machista de la sociedad.