Iceta ya tiene lo que quería. Lo que quería es que la prensa, en especial la catalana, pusiera en titulares bien grandes que el PSC ha conseguido, presión mediante, que el PSOE incluya en su programa electoral la magia potagia del federalismo y la plurinacionalidad. Es verdad que los poderes de Merlín Iceta no llegan a tanto como para conseguir que esos abracadabras aparezcan escritos tal cual, letra por letra, en el programa de los socialistas. Los dos talismanes que tanto necesita o cree necesitar Iceta se presentan allí dentro de sus respectivos estuches, y como los estuches son documentos de cierta pesadez, bueno, pues a ver quién es el guapo que se los vuelve a leer después de tanto tiempo. Se trata, naturalmente, de la Declaración de Granada, que suscribió un Consejo Territorial del PSOE, en 2013, y de la Declaración de Barcelona, que recoge un acuerdo entre la Ejecutiva Federal del PSOE y la Ejecutiva del PSC, de mediados de 2017.
En la de Granada, lo plurinacional no aparece. El pensamiento mágico se circunscribe ahí al distrito federal. Pero de aquella manera. No es el clásico federalismo en el que todos son iguales, sino un federalismo pasado, digamos, por la granja de Orwell, donde unos animales son más iguales que otros. Se propone, por ejemplo, que se dote a la Constitución de un título específico sobre los hechos diferenciales y las facultades derivadas de su reconocimiento. Debe de ser que la igualdad está en exaltar la diferencia o viceversa. El acuerdo con el PSC ya sí, ya despliega el kit mágico al completo. Lo hace mediante una reforma federal que, desuniéndolo todo, todo lo aúna: el autogobierno más profundo, la unidad de España, el reconocimiento de la realidad plurinacional, la soberanía del pueblo español, la igualdad de derechos. Para eso están los grandes magos, para hacer posible lo imposible.
El documento que pactaron PSOE y PSC es mucho más ligero que el otro, en todos los sentidos. Pero dentro de su levedad, no hay duda de que el peso lo lleva el nacionalismo del partido de Iceta. Todo lo que dicen de Cataluña y todo lo que proponen para Cataluña está pensado para la Cataluña nacionalista, que en 2017, cuando se hizo el papel, ya se había destapado como separatista. Está pensado en exclusiva para los nacionalistas de Cataluña. Los catalanes que no comparten las demandas y las paranoias de aquéllos quedan perfecta y absolutamente excluidos. Como si no existieran. Es un problema y un error político resucitar esa Declaración ahora, porque de entonces acá han pasado cosas que ni siquiera los magos más hábiles pueden ocultar. Como el golpe de octubre. Como todas las declaraciones que han hecho desde entonces los contrarios al separatismo en las calles y en las urnas.
Es un problema y un error volver a las andadas con el reconocimiento de Cataluña como nación, que ya fue uno de los sortilegios de aquel estatuto de Maragall y Zapatero. Entonces también se quiso hacer la magia de las palabras. Pero las palabras tienen consecuencias. Y para calibrarlas conviene conocer su significado. De Sánchez sabemos que, preguntado imperiosamente en un debate de primarias por Patxi López sobre si sabía o no sabía qué era una nación, dijo que la nación "es un sentimiento que tiene muchísima ciudadanía, por ejemplo en Cataluña o por ejemplo en País Vasco, por razones culturales, históricas o lingüísticas". López le dio luego una especie de lección sobre la diferencia entre nación política y nación cultural. La lección que le falta a Sánchez es que le expliquen qué es la nación de los nacionalistas. Y otra, claro, sobre los peligros que acechan al aprendiz de brujo.