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Cristina Losada

Fascinados con Cataluña y otros cuentos

El nacionalismo separatista catalán miente más que habla sobre cualquier hecho histórico que potencie el combustible emotivo de su mezquina causa.

El nacionalismo separatista catalán miente más que habla sobre cualquier hecho histórico que potencie el combustible emotivo de su mezquina causa.
EFE

Cuando los corresponsales vinieron a cubrir el 1-O, parte de ellos llegaron pertrechados con la noción de que la 'rebelión catalana', que daban por unánime, tenía que ver con la guerra civil y con la dura represión aplicada en Cataluña por el bando de los vencedores. Estos tópicos encajaban muy bien con los que el separatismo ha ido forjando sobre sí mismo o eran prácticamente idénticos. A fin de cuentas, una de las industrias culturales más exitosas -subvencionadas, claro- del nacionalismo catalán ha tenido por objeto la fabricación de un 'relato' sobre Cataluña y el franquismo como opuestos inconciliables.

Para la fábrica de la mentira histórica, el punto de partida y el punto final es una Cataluña, es decir, una Cataluña nacionalista, que es demócrata desde tiempo inmemorial y que, por ese carácter constitutivo suyo, se habría distinguido por rasgos ejemplares, únicos y excepcionales con respecto al resto de España: resistir heroicamente el embate de las fuerzas del general Franco, sufrir después las represalias más atroces incluido el intento de erradicar la 'cultura propia' y liderar la lucha antifranquista durante la larga noche de la dictadura. Todos esos supuestos son falsos. Qué sorpresa.

No hay sorpresa, obviamente. El nacionalismo separatista catalán miente más que habla sobre cualquier hecho histórico que potencie el combustible emotivo de su mezquina causa. Lo sorprendente es que alguien ajeno compre esa mercancía, y más cuando del antifranquismo se trata. Tampoco fue hace tanto tiempo. Pues precisamente. Hay gente por ahí que sabe cómo fue aquello y, sabiéndolo, lo modifica y tergiversa a conveniencia. Sospecho que ese fue el caso de Alfredo Pérez Rubalcaba, cuya prematura muerte tanta consternación ha causado, cuando le explicó al periodista Jorge Bustos, según ha revelado en un artículo, a qué se debía la fascinación de la izquierda española y de su partido con el nacionalismo catalán.

Rubalcaba le dijo, y eso fue a finales del año pasado: "Entiéndelo, yo era un chaval de Cantabria fascinado con Cataluña. Mi generación acudía a Barcelona a las reuniones antifranquistas". Qué raro. Fue lo primero que pensé: a ver si el PSOE entonces no tenía organización en Madrid, y sí en Barcelona. Aunque eso, francamente, es inverosímil. O no la tenía en ninguno de los dos sitios o la tenía en ambos. Pero no se puede contar con la ingenuidad del personaje. Se amparaba en el relato fabricado por el nacionalismo, el mito de una Cataluña vanguardia del antifranquismo, y le ponía el cebo de su experiencia personal, para justificar algo que sabía difícilmente justificable.

Cierto. El mito de aquella Barcelona de los 70 ha tenido mucho recorrido. Por eso Rubalcaba recurría a él. Pero es un mito. Un mito que se ha tejido más en torno a la gauche divine, tomando copas en Boccaccio y al mundillo cultural, que sobre los que allí llevaban el peso de la actividad contra la dictadura. Y, como es lógico, el lugar donde tenían su 'sede central' el grueso de las organizaciones y grupos antifranquistas era la capital de España. El centro de la 'subversión' estaba allí. Otra cosa no, pero reuniones antifranquistas se hicieron de sobra. Había donde elegir. No era necesario irse a otra ciudad para catarlas.

Cuanto más se manosea el antifranquismo, más se deforma. Hay intentos de apropiación que dejan en ridículo al que los hace. Es el caso de Errejón, quien ahora, como candidato a presidir Madrid, anunció que su primera medida será poner una placa en recuerdo de los antifranquistas en los sótanos de la actual sede de la Comunidad, que en tiempos de la dictadura ocupó la Dirección General de Seguridad. Añadía el candidato: "Los madrileños de edad que peinan canas saben lo que se escuchaba cuando uno pasaba por las calles adyacentes".

A Errejón le ha contado la historia su padre, que estuvo allí detenido, pero ese adorno final, para darle más dramatismo, lo descuadra todo. Lo que daba a una -una- de las calles adyacentes a la DGS eran los ventanucos de algunos calabozos, cosa que recuerdo bien porque lo comprobé a la salida. Allí metían a los detenidos, pero los interrogatorios los hacían en plantas superiores del edificio, al menos en la época a la que se refiere Errejón. Nada de lo que ocurriera en los interrogatorios se podía escuchar en la calle. Las policías secretas suelen preferirlo así. Mire, si no, Errejón cómo eran las celdas especiales de la prisión de la Stasi en Berlín: estaban acolchadas, para que no saliera ni entrara ningún sonido. Es verdad que a tanta sofisticación no parece que se llegará aquí.

El antifranquismo retrospectivo es, de por sí, una criatura ficticia. Además se está mostrando insaciable. A este paso, con ese apetito, no va a dejar nada del antifranquismo verdadero.

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