Desde las elecciones andaluzas, el progresismo español vive en gran inquietud por los pactos con la extrema derecha. El progresismo dice ahora que la extrema derecha se llama Vox, pero antes tenía claro que se llamaba Partido Popular e incluso, en ocasiones, Ciudadanos. Es más, según figuras destacadas de la opinión tertuliana de la izquierda verdadera, lo más ultra que se podía ser, allá por 2015 y 2016, era del partido de Rivera. La razón es sencilla, como sencillas, de sencillez religiosa, son las mentes de los verdaderos: cuanto menos dispuesto a reconocer las "realidades nacionales" oprimidas por España, más ultra eras. Guardo como oro en paño la explicación que me dio un progresista, bien que nacionalista, en una tertulia televisiva gallega: "En cuanto al modelo de Estado, tienen una concepción falangista". Así las cosas, la que tienen todos los partidos franceses, incluido el de Mélenchon, es ultra falangista.
De inmediato, el problema de los progresistas son los pactos que, aquí y allá, los pueden dejar fuera del poder. Razón de que hayan sacado la artillería contra Rivera por admitir que Vox vote a favor de los Gobiernos acordados entre el PP y Ciudadanos, combinación a la que llaman pactos de la vergüenza. Y que se jacten de contar con el auxilio de las fuerzas europeas, en especial de las francesas. Un día sí y otro también, difunden que Macron está a un minuto de romper con Ciudadanos y que el grupo de los liberales europeos va a echarlos por no renegar de los votos ultras.
El argumento progresista de estos días, que parece repetición, es que en Europa eso no se hace. Vamos, que no se pacta con los ultras. Ningún partido de derechas centrado, moderado y europeísta –cuando conviene existe la derecha centrada, moderada y europeísta– acepta ningún contacto con la extrema: ni directo ni por intermediario ni por Correos. Eso dicen. Y, qué sorpresa, no es verdad. En los países miembros de la Unión Europea, hay partidos conservadores y liberales que han gobernado y gobiernan con los votos de la derecha populista o ultra, como dirían aquí. Son más los Estados de la UE donde los Gobiernos dependen de ese tipo de partidos que aquellos donde el apoyo viene de la izquierda de la socialdemocracia.
El cordón sanitario que se desea importar se aplica prácticamente sólo en Francia y en Alemania, aunque ahí con una diferencia importante: también se acordona a la izquierda. La socialdemocracia alemana acostumbra a vetar cualquier acuerdo a nivel federal con el partido a su izquierda, Die Linke. El SPD se presentó a las últimas elecciones anunciando que no iba a pactar con ellos. Incluso los Verdes lo descartaron. Cierto que la cuestión vuelve a debatirse en la actualidad. Pero hasta ahora los socialdemócratas han preferido pactar el Gobierno federal con sus adversarios de la derecha –la Gran Coalición– que con sus enemigos de la izquierda.
La praxis de la socialdemocracia alemana es, por motivos ignotos, totalmente impensable en España. La gran coalición, ni en sueños. Vetar a la extrema izquierda, ni en broma. Por supuesto, los primeros a los que no pone objeciones el PSOE son los nacionalistas y separatistas. Pero es intrigante que a la extrema izquierda –o izquierda populista o los partidos a la izquierda del PSOE– se la considere un socio potencial perfectamente respetable, y que no surja ningún rechazo a pactar con ella o a recibir sus votos. Nadie discute, desde el progresismo, que Sánchez se ponga de acuerdo con Iglesias. En cambio, que el PP pacte con Vox es el preludio de un régimen fascista.
Fascista. Ya está dicho. Pero no sólo lo dicen desde el progresismo de izquierdas. Hay un progresismo de derechas que también. El que fue secretario de Estado de Cultura y Agenda Digital del Gobierno Rajoy, José María Lasalle, cree que "cualquier trato con la ultraderecha sólo sirve para dignificarla y blanquearla". Cree también, dice en El País, que los pactos del PP con Vox se deben a que "la derecha española no acaba de enterrar los fantasmas históricos que la atormentan". Y advierte de que "quien se abraza con el fascismo ya se sabe cómo acaba. Solo hay que mirar la historia". Antes que nada, alguien necesita un psicoanalista. Y después: no sé qué pensarán los tories cuando se enteren de que se van a abrazar con el fascismo en el mismo grupo parlamentario europeo. El de los Conservadores y Reformistas Europeos (CRE), que es donde Vox ha pedido incorporarse, y en el que están también los nacionalistas flamencos amigos de Puigdemont. Qué difícil saber dónde está el fascismo.