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Cristina Losada

El túnel de Iglesias

Escuchar a Iglesias Turrión en el Congreso, o en cualquier otra parte, es como hacer un viaje por el túnel del tiempo.

Escuchar a Iglesias Turrión en el Congreso, o en cualquier otra parte, es como hacer un viaje no por el túnel del amor, que de ese periplo nos libramos, sino por el túnel del tiempo. Volvió a ocurrir en la última sesión de control y esta vez a cuenta de la monarquía, porque lo que dijo, y había dicho otras veces, es casi más viejo que el propio Iglesias. Era eso, en fin, de que a la Monarquía le va muy mal que se la identifique con la derecha. El vicepresidente dijo con las “ideas de derechas”, lo cual fue generoso por su parte, al reconocer que la derecha tiene ideas y no sólo malos sentimientos. Pero será que no le dio el tiempo a explayarse o no le visitó la inspiración.

Nada inventa, qué va a inventar. En aquellos tiempos en que se decía que la Monarquía tenía que hacerse, digamos, más simpática a la izquierda que a la derecha, porque en la primera el respaldo no estaba garantizado y en la segunda sí, el tópico tenía cierta prestancia de novedad. Hasta podía pasar por verdad cuando hacía poco que se había inaugurado el orden constitucional, y la democracia y sus instituciones estaban en fase de pruebas. Pero era un debate –llamémosle así por cortesía– que ya entonces olía a naftalina y, pensándolo ahora, a justificación de una pauta de conducta desigual por parte del hoy denostado Juan Carlos en sus relaciones con los partidos políticos.

Era cuando se hablaba de un rey republicano, oxímoron que el propio Juan Carlos puso en circulación, creyendo o queriendo creer que la supervivencia de la institución –o de la suya como rey– dependía de una mayor complicidad con la izquierda y una menor o nula con la derecha. Un error de fondo, si uno se la toma en serio y no como racionalización justificatoria, que es lo que seguramente fue. En todo caso, un simple tópico que sólo interesaba en los cenáculos, y que nada aportaba –nada bueno– al fortalecimiento de la arquitectura institucional. Menos aún de la Corona, uno de cuyos puntos fuertes es permanecer al margen del juego de partidos y, yendo a lo muy básico, no tener ni mostrar preferencias.

Iglesias nos ha venido con antiguallas que ya eran rancias en su día, y las coloca, en plan politológico, como lecciones. ¡No para el hombre de enseñar! Qué vocación y qué equivocación. Ni siquiera parece consciente de que sus lecciones son de ida y vuelta, y que el cuento que cuenta se le puede aplicar a él. ¿O no identifica su grupo, por ejemplo, la democracia con sus propias ideas o restos de naufragio ideológico? Por lo demás, ¿desde cuándo manifestar apoyo a una institución democrática equivale a apropiársela? Quienes tienen que explicarse no son los que defienden el orden constitucional, sino quienes lo atacan.

Siempre ha intentado Iglesias que la discusión política en España regrese al año cero constituyente, a la fantasía adanista de la tabla rasa. Pero cuando empezó de aprendiz populista no se quería meter en el cansino asunto de si monarquía o república, y recomendaba a su gente que no se paseara con la tricolor para arriba y para abajo. Desde que está en el Gobierno, hace todo lo contrario. Será para hacérselo perdonar.

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