Los veteranos recordarán el fenómeno del desencanto. Se manifestó poco después de la Transición y tomaría el nombre de una película de Jaime Chávarri sobre la familia Panero. Tras un período de intensa politización, de activismo y expectativas desmesuradas, cundió un sentimiento de decepción. Lo hizo, sobre todo, entre quienes habían participado en el proceso que galvanizó energías políticas y culturales durante el tránsito a la democracia. El resultado del desencanto fue el pasotismo. Personas que habían tomado iniciativas en la escena pública, se retiraron a la vida privada y, en demasiados casos, las suyas fueron vidas rotas. Así, una parte de la generación que entonces se podía considerar como la mejor preparada, dimitió de su responsabilidad cívica y se desinteresó de la política al tiempo que arribaban a ella oportunistas y mediocres.
Bien. Tengo la impresión, subjetiva como todas, de que asistimos a un segundo desencanto, aunque de causas y síntomas distintos a los de aquel. La confianza en nuestro marco político, en la Constitución, en las instituciones, desde la Corona hasta la Justicia, en la política en general y en los políticos en particular, se ha deteriorado sensiblemente. Por no hablar de la confianza en nuestra economía y en su capacidad de remonte. Una y otra pérdida de ese instinto básico que da por supuesto que el sistema funciona, aun con sus imperfecciones, están relacionadas. La crisis pesa mucho- también pesaba después de la Transición- pero no transcurren en vano ocho años políticos como los de Zapatero. Por fuerza dejan al sistema tocado. Y ya venía achacoso.
En el lugar del pasotismo tenemos desafección, desprecio, hostilidad, que se dirigen contra los ocupantes del proscenio, los políticos, pero apuntan más hondo. Por ello, sería deseable que el PP cambiara de chip en el Gobierno. Que el Rajoy del banco azul no sea el Rajoy que ha estado en el escaño los últimos cuatro años abrazado a un solo argumento, la economía. A fin de ajustar el gasto, subir o bajar el IVA y hacer números sobre las Diputaciones, ya hay expertos contables con visera y manguitos. Un político, y Rajoy lo es, está para algo más. Urge recuperar la confianza en la economía, sí, pero tanto más apremia recuperar la confianza en el sistema. Se impone restaurar la autoestima por nuestras instituciones y la estima por la política, a la que deben dedicarse los mejores y no, ay, los peores. Vale. Nadie dijo que fuera fácil.