La expulsión de Joaquín Leguina y Nicolás Redondo decidida por la Ejecutiva Federal del PSOE está en sintonía con la reacción infantil de la dirección nacional del partido al fracaso electoral en Madrid. Culpar del desastre a unos votantes frívolos que ponen ir de bares por encima de la salud pública, o a una ciudad "acostumbrada al bullicio y al ocio", indica que, en lugar de hacer una interpretación política de los resultados, la dirección se ha dejado llevar por una rabieta indigna de personas adultas y profesionales de la política. Ya en modo pataleta, no se les ha ocurrido nada mejor que tomarla con dos históricos dirigentes, críticos con la política de Sánchez, uno de los cuales tiene el mérito de haber sido el único presidente socialista de Madrid.
El pretexto para la expulsión es nimio y falso, por lo que se diría que estaban a la espera de alguna excusa para hacer un movimiento que, a simple vista, parece aviso a navegantes y amenaza a insumisos. Este tipo de aviso no es la primera vez que se da en el PSOE y en otros partidos. No hay ninguno que encaje bien las críticas que proceden de dentro. Cosa distinta es optar por la expulsión de los que se apartan de la ortodoxia. Los grandes partidos suelen tener manga ancha. Conscientes de que no compensa el efecto escandaloso de expulsar a personalidades conocidas por sus críticas a la dirección, tienden a hacer la vista gorda. Más aún cuando se trata de exdirigentes que ya no tienen más poder en el partido que el que pueda darles el libre uso de la palabra.
La expulsión de Redondo y Leguina, sin embargo, no obedece sólo a la reacción hiperventilada y defensiva tras la derrota en Madrid, ni únicamente a la voluntad de aplicar una sanción ejemplarizante para cerrarles la boca a otros posibles indisciplinados. Eso también, pero hay más. Los dos expedientados, igual que otros históricos del PSOE, han denunciado líneas maestras de la política de Sánchez, como su giro copernicano para pactar un Gobierno con Podemos y su búsqueda de apoyos en ERC y Bildu, y lo han hecho en nombre de lo que era el PSOE y de lo que ha de ser. Sus críticas colocan a la dirección actual frente a la tradición política del partido en las últimas cuatro décadas.
En noviembre pasado, a raíz del rechazo de varios históricos socialistas al acercamiento a Bildu, la vicesecretaria Lastra dijo aquello de: "Ahora nos toca a nosotros". Fue clara señal de que la "nueva generación" estaba dispuesta a cortar con las que la precedieron. Pero esa ruptura no es sólo una ruptura generacional, más o menos cruel y grosera. Lo significativo es que se trata de una ruptura con las claves políticas que dieron al PSOE su mayor y más prolongada cuota de poder en España. Esa ruptura, que empezó ya con Zapatero, el Estatuto catalán y la negociación política con ETA, se está consumando con Sánchez. El PSOE ha resistido, mal que bien, el embate de Podemos, pero su principal enemigo lo tiene dentro. Quien se está cargando al PSOE es el PSOE.