Hace unos días entrevistaron a Sebastian Heilmann en Die Zeit. Heilmann es politólogo y sinólogo. Fue director del Mercator Institute for China Studies (Merics) en Berlín. Le preguntaron si le parecía verosímil que en China no hubiera nuevos contagios que no fueran importados, y respondió:
El Politburó [del Partido Comunista Chino] ha decidido que la epidemia ha pasado. Naturalmente, el virus no ha desaparecido, pero ahora ya no puede haber malas noticias. Tenemos indicios de que se ha conseguido contener la epidemia. Pero hay informaciones no oficiales según las cuales todavía hay casos en el sudoeste de China que podrían ser de Covid-19. El riesgo de una nueva oleada de infecciones en China sigue existiendo. Lo que estamos viendo ahora es, sobre todo, una actuación política. Todas las informaciones incómodas se suprimen y el aparato de propaganda difunde el principal relato: se ha vencido a la epidemia gracias a la superioridad del sistema chino.
Heilmann no es epidemiólogo. Pero conoce el sistema chino y, por ello, observa y advierte. Los dirigentes chinos han tomado una decisión política respecto a la epidemia y esa decisión es que ha acabado. El politólogo alemán tampoco tendrá muchos más datos sobre la extensión que ha podido alcanzar la epidemia en China y la situación actual que los que tenemos nosotros: los oficiales. Y es lógico ponerlos en duda, por la falta de transparencia del régimen y su acendrada costumbre de suprimir información no sancionada por las autoridades. Desde hace días, se cuestiona el dato oficial de mortalidad. Imposible conocerlo con certeza.
La ausencia total o parcial de datos fiables sobre el impacto de la epidemia no se limita, sin embargo, al ámbito de un régimen autoritario que se ha dedicado con particular eficacia a controlar la información, es decir, a eliminarla. Por unas u otras razones, también faltan datos en otros países. Una causa es que no se han podido hacer aún suficientes estudios. Se investiga, por ejemplo, cuál es el porcentaje de personas que tienen el virus y pueden contagiarlo pero no desarrollan síntomas. Un análisis del curso de la epidemia en el crucero Diamond Princess ha mostrado que un 18 por ciento de infectados no los tuvieron en ningún momento. Por su lado, un equipo de la Universidad de Hong Kong ha calculado que entre el 20 y el 40 por ciento de los contagios producidos en China ocurrieron antes de la aparición de síntomas.
Por esas y otras estimaciones, los CDC (Centros de Control y Prevención de Enfermedades) de Estados Unidos se están replanteando sus directrices, hasta ahora restrictivas, sobre el uso de mascarillas. En nuestro país se recomienda que, aparte del personal sanitario, no las lleve nadie, salvo los infectados, que, en teoría, no pueden salir de sus casas ni de los hospitales. ¿Pero es porque son innecesarias, como sostiene contra viento y marea la OMS, o porque no tenemos suficientes? Si es lo segundo, estamos en lo del Politburó: "El Politburó decide que las mascarillas no hacen falta". En lugar de reconocer que son útiles pero, ¡vaya por Dios!, ya no quedan y sólo de milagro llegan algunas para los médicos, de modo que usted no va a poder usarla, se predica que son inútiles. Sería una nueva y grave irresponsabilidad. Porque antes del escudo social, ese lema juego-de-tronos de los podemitas, necesitamos escudos frente al virus. El lavado de manos y la distancia de seguridad son dos, pero la mascarilla es otro: imperfecto, sí, pero mejor que nada.
Hay datos que no tenemos sencillamente porque no se recogen. El número real de contagiados no será nunca el que dan las autoridades sanitarias, sino superior, cuando no se hacen tests suficientes. Resulta que no se pueden hacer. Pero luego entramos en los dominios del Politburó: ¿y si hay datos que no se recogen para no darlos? El departamento de Salud de la Generalidad catalana, por ejemplo, ha decidido instruir a los servicios sanitarios para que convenzan a la gente de que es mejor que los mayores se mueran en casa. ¿Los testarán antes o tampoco? Es indudable que si no los ingresan ni los testan, los datos oficiales de mortalidad por el virus serán menores que los reales. ¿Será posible que lo hagan? Ya es difícil hacer frente a la epidemia con datos incompletos; con datos manipulados, mucho más. La cuestión es si hay capacidad de control para evitar que se manipulen con la finalidad de ocultar su magnitud. La pregunta es quién controla a los Politburós. Aquí.