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Cristina Losada

El dilema del PP

El PP ha estado cuatro años en el Gobierno y ha sufrido un desgaste brutal. Los años que vienen no van a ser un camino de rosas.

Las voces del PP son las voces de los resentidos, aunque sin la ironía del grupo que dio temas célebres como "Galicia caníbal". Sus dirigentes, los del partido, traslucen lo dolidos que están porque, siendo la lista más votada, no los dejan gobernar. Esto se une al resentimiento que arrastraban por no ver reconocidos sus logros de Gobierno. Algo así: "Hemos sacado a España del pozo en que nos la encontramos y no nos lo premian". Bien, qué le vamos a hacer. En política no hay que esperar agradecimientos, y conviene encajar deportivamente la ingratitud.

Al tiempo que intentaban dar lástima por la injusticia, por este nuevo intento de exclusión del que son víctimas, las voces del PP han estado agresivas, belicosas y despreciativas con el que pretendían fuera su interlocutor. Ciertamente, el dirigente del PSOE no ha tratado al PP con guante de seda. Ciertamente, Sánchez se negó con descortesía a hablar con Rajoy de su oferta de pacto a tres. Y, ciertamente, las razones por las que lo hizo, aunque lo podía haber hecho en otro tono, son comprensibles.

Para explicarlo basta ver las diferencias en la situación de uno y otro partido a la luz del resultado electoral. Puede que el PP haya perdido su monopolio en el centro-derecha, sí, pero nada comparable a lo sucedido en la izquierda. Ahí el PSOE quedó reducido a una ciudadela rodeada y a punto del saqueo. Con tal panorama, es lógico que Sánchez hiciera del rechazo tajante a un acuerdo para dejar gobernar al PP el puntal de su discurso postelectoral. Por lamentable que sea, es.

Es, en buena parte, el fruto de años de polarización y retórica de enfrentamiento a cara de perro entre los dos grandes partidos. No se pasa de un marco de confrontación a uno de cooperación de un día para el otro. Para hacer aquí la alternativa a la alemana, los partidos tenían que haberse comportado antes como los grandes partidos alemanes. Y la súper gran coalición de aquella manera que proponía el PP tenía para el PSOE, pero no sólo para él, serias contraindicaciones, que hasta en el propio partido de Rajoy han de entender.

Obvio es, y no por ello intranscendente, que el PP fue el partido más votado, pero los gajes del oficio en un sistema parlamentario incluyen que el más votado carezca de la posibilidad de gobernar. Tampoco estamos en el caso de que le falten una docena de diputados. Se encuentra a cincuenta y tres escaños de la mayoría absoluta. Las voces del PP pueden seguir en el lamento y en la descalificación, pero ¿cuál es el objetivo? ¿Hacer lo posible para que Sánchez se estrelle en su intento de formar gobierno tanto si es con Podemos como si es con Ciudadanos? ¿Esperar que entonces el PSOE liquide a Sánchez o reconsidere su negativa a apoyar al PP? ¿Contar con el miedo de los socialistas a una repetición de elecciones? ¿Provocar esa repetición para darles la puntilla?

Ninguno de esos juegos es un juego al que deba apuntarse un partido responsable. La cuestión que se dirime no es si gana el PP y se hunde el PSOE o viceversa. La cuestión es que permanezca a flote España y que haya un gobierno con una política aceptable, una política centrada y reformista. El PP puede permitir que haya un gobierno más centrado, como el que resultaría de una pequeña coalición de PSOE y C’s, o apostar a la ruleta rusa de la nueva convocatoria electoral agitando el miedo a Podemos.

El PP ha estado cuatro años en el Gobierno y ha sufrido un desgaste brutal. Los años que vienen no van a ser un camino de rosas. Nunca lo son. Los populares cuentan con fuerza suficiente en el parlamento como para condicionar la política de un Gobierno desde la oposición. A nadie le gusta abandonar la lucha por el poder, qué misterio, pero estas no son las peores circunstancias para hacerlo. La alternativa es seguir actuando para la hinchada, y ni siquiera tiene asegurado el éxito.

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