Pablo le desea a Pedro un calvario. No lo ha dicho así, pero es lo que hay. El mayor deseo de Pablo ha sido, desde el principio, comerse con patatas al Partido Socialista. Ahora cree que el paso por Moncloa de Sánchez va a ser el canto del cisne socialdemócrata. El profe de Políticas, al que tantos tomaron por un genio cuando se dio a conocer, como si saber de Políticas facultara para ser un político genial, lo ha expuesto con un argumento de peso. De peso pluma. Para decir que estar en el Gobierno desgasta no hace falta haber cursado ningún master en politología, comunicación o demagogia populista. Es de sentido común, que diría Rajoy. Un Rajoy que en su discurso de retirada avisó de lo mismo que Iglesias: el de Sánchez va a ser el Gobierno más débil de la democracia. Curiosa coincidencia.
Por perseguir ciegamente aquel deseo, por creer que podía acabar ya mismo, sin esperar más tiempo, con el PSOE, arruinó Pablo su gran oportunidad. No quiso permitir, en 2016, la investidura de un Gobierno de Sánchez con un programa negociado con Ciudadanos. Pensó que en la repetición electoral le iba a tocar el premio gordo: el sorpasso. Su número no salió, y así desaprovechó la ocasión, que se le presentaba en su mejor momento, cuando Podemos estaba en la cresta de la ola, de convertirse en la oposición de izquierda auténtica a un Gobierno socialista sustentado por Ciudadanos. Ese momento pasó. Podemos estará en la oposición, pero de capa caída. Salvo que le venga a ver la Virgen, en forma de recesión, ajuste y desbarajuste, su papel no será más relevante que en los últimos meses. El poder desgasta, sí; pero, como observó Andreotti, desgasta sobre todo cuando no se tiene.
A Pablo no le gusta que el Gobierno recién compuesto por Sánchez sonría al PP y a Ciudadanos y no le dedique ninguna sonrisa a él. Es decir, a quien hace dos años quiso imponer un Gobierno a Pedro, en el que se quedaba una súper vicepresidencia política, con el CNI y otras menudencias, y establecía todo el organigrama gubernamental en detalle, secretarías incluidas. Lo normal es que los socialistas no hayan olvidado aquella "jugada maestra" –así la calificaron entonces los admiradores de Iglesias–, que mostraba, por si alguien tuviera dudas, los riesgos de compartir casa y mantel con los podemitas. Por lo demás, en su análisis de las sonrisas, Pablo no parece consciente de que su partido no es tan determinante: ha ido perdiendo fuelle. El que lo ha ganado es Ciudadanos.
Una heterogénea coalición de contrarios ha permitido la llegada de Sánchez al Gobierno y nadie dice que vaya a ser fácil gestionarla. Pero hay cosas de amateur, como cuando Iglesias se queja de que el beneficiado se haya olvidado en veinticuatro horas de quién le ha permitido llegar a la Moncloa. Bienvenido al club. Al club de la política. Igual que Pablo negó a Pedro hace dos años, Pedro bien puede ahora negar a Pablo. De tal manera que el que puede sufrir un calvario, de aquí a las elecciones, es el mismo que lo profetiza. A lo mejor acaba retornando Podemos a los orígenes: a no ser más que una Izquierda Unida con coleta. Llamen a Julio Anguita para que les explique lo de la pinza.