La Guerra Fría tuvo muchos frentes. Uno de ellos fue el cultural. Los Estados Unidos articularon una réplica cultural e ideológica a la Unión Soviética que tuvo presencia en España, ejerció influencia sobre una parte de la oposición antifranquista y llegó a dejar su impronta en la Constitución de 1978. Esta sería, muy condensada, la historia que relata Iván Vélez en su recién publicado libro Nuestro hombre en la CIA. Guerra Fría, Antifranquismo y federalismo (Encuentro, 2020). Una historia que empieza en 1950 en el Palacio Titania de Berlín, donde se hizo público el Manifiesto a los hombres libres, que fue la presentación al mundo del Congreso por la Libertad de la Cultura (CLC). El manifiesto lo leería en público el destacado excomunista Arthur Koestler.
A aquel acto inaugural asistieron dos españoles: una aristócrata relacionada con el PNV –y también con un jefe de la CIA– y un clérigo católico igualmente en la órbita del nacionalismo vasco. Pero la presencia española, y el interés por España en la iniciativa, se apreciaba asimismo al más alto nivel: Salvador de Madariaga iba a ser unos de los presidentes de honor del CLC. Pronto se verá, en el libro de Iván Vélez, cómo hay fundaciones norteamericanas, como la Ford, que facilitan la empresa político-cultural en cuestión, y sus contactos con instituciones financieras españolas, como el Banco Urquijo, plataforma del liberalismo económico que se fue abriendo paso en la dictadura, en especial a partir del Plan de Estabilización de 1959. Los hechos que narra el autor tuvieron lugar, precisamente, una vez cerrado el período que suele denominarse ‘autárquico’, cuando, aprobado aquel Plan, España atrajo inversión extranjera y entró en el FMI y otros organismos económicos internacionales y europeos.
Es una apasionante historia la que se va perfilando a través de la abundante documentación sobre las actividades impulsadas desde Estados Unidos para agrupar e impulsar a figuras que configuraran algo parecido a una oposición liberal al franquismo, y en todo caso no comunista o anticomunista, así como para ayudarlas mediante becas, publicaciones, coloquios y viajes. De hecho, el CLC, a través de un Comité español, que tutelaba desde Francia el poeta Pierre Emmanuel, tuvo en su órbita prácticamente a todas las figuras prominentes de la cultura y las letras de nuestro país en aquellas décadas de los 60 y los 70, aunque también de la economía y las incipientes ciencias sociales. La mayoría de ellas continuaría cooperando, bajo otras fórmulas, incluso después de que a mediados de los sesenta se descubriera el nexo entre el CLC y la CIA. Conexión en la que tuvieron papel destacado algunos dirigentes trotskistas, como Julián Gorkin, decididos a hacer frente a la influencia del comunismo de obediencia soviética en nuestro país.
Entre todas las facetas interesantes de esta historia destaca la relacionada con el impulso de una visión federal de España. La concepción de una España con "comunidades diferenciadas" y la promoción de las identidades y lenguas regionales es uno de los rasgos que aparece tempranamente en las actividades promovidas por el CLC. Uno de los momentos clave es el Coloquio Cataluña-Castilla que se celebró en la mansión del financiero catalán Felix Millet Maristany en la localidad de Ametlla del Vallès en 1964. Allí, por la parte castellana, asistieron, entre otros, Aranguren, Caro Baroja, Maravall, Martí Zaro y Dionisio Ridruejo, habiendo excusado su asistencia Laín Entralgo, Marías, Chueca Goitia o Ruiz Giménez, todos ellos habituales en actos promovidos por el CLC. Entre los catalanes, destaquemos a Benet, Castellet y Carbonell, los más jóvenes y exaltados, dice el autor, aunque todos los asistentes, incluidos los de la parte castellana, asumían la mayoría de los postulados catalanistas.
La posición que allí manifestó Dionisio Ridruejo, figura importante en aquella constelación, da idea de hasta qué punto las bases del credo catalanista y del nacionalismo disgregador en general tenían predicamento en la élite intelectual española de la época. Después de haber sido destacado dirigente de Falange, jefe de la Delegación Nacional de Propaganda y combatiente de la División Azul, Ridruejo se desvinculó de su filiación política y pasó a la oposición al régimen franquista. En aquel coloquio en la mansión de Millet, el antiguo falangista, autor de dos versos de la letra del Cara al Sol, que luego fundaría un partido socialdemócrata, explicó su evolución ideológica, recordó cómo había conocido el hecho diferencial catalán, se mostró preocupado por la presencia en la Universidad de Barcelona de profesores "de habla no catalana" y estableció sin ambages "la pluralidad nacional del Estado español".
La reunión de L’Ametlla, dice Iván Vélez, "sirvió para consolidar un proyecto cuya meta era la constitución de una España federal, es decir, una suerte de fractal a escala nacional del modelo que los Estados Unidos pretendían para Europa. (...) la lectura que se hizo por parte del colectivo anticomunista y a la vez divergente con el franquismo tenía como elementos de la federación a unas regiones en las cuales había arraigado un nacionalismo de fuerte impregnación católica, rasgo que nos lleva a oponer al manido término nacionalcatolicismo, con el que suele definirse al franquismo, el concepto de federalcatolicismo, nutrido por tales grupos". La utilidad estratégica de ese federalismo era, desde la óptica de la Guerra Fría, debilitar la futura fuerza en España de un Partido Comunista que, en aquel entonces, era el principal agente activo de oposición a la dictadura.
La influencia de aquella estrategia llegaría hasta la misma redacción de la Constitución. Su Préambulo, que plantea "proteger a todos los españoles y pueblos de España en el ejercicio de los derechos humanos, sus culturas y tradiciones, lenguas e instituciones", fue redactado por Tierno Galván, otra de las figuras que estuvieron, aun con diferencias, en el ámbito del CLC. El texto, señala Iván Vélez, tiene similitud con un documento de 1977 de la Conferencia Episcopal en el que pedía que la Constitución recogiera "la salvaguarda legal de las identidades propias de los pueblos de España que por su cultura, historia y conciencia colectiva son en su diverso grado diferenciadas entre sí".
No se podrá atribuir el impulso a la federalización de España y, en definitiva, la opción por el Estado de las Autonomías únicamente a ese influjo del CLC y a los objetivos estratégicos de Estados Unidos. El autor tampoco lo pretende. Pero cuando hoy dirigentes políticos como Pablo Iglesias o el propio presidente del Gobierno lanzan, como novedosa, la idea de una España plurinacional, es interesante saber que ese extraño concepto ya estaba ahí hace varias décadas, bajo la dictadura, en coloquios y encuentros que se mantenían bajo los auspicios del CLC, por tanto, de la CIA, y que respondían a una estrategia norteamericana para evitar que aquí se hiciera fuerte un partido comunista. Quizá Iglesias se sorprenda, si es que llega a conocer esta investigación, que su España plurinacional lo sitúa junto a Dionisio Ridruejo. Mejor dicho, el falangista reconvertido se anticipó. Iglesias, con su plurinacionalidad, está en compañía de Ridruejo y, sobre todo, en deuda con el letrista del Cara al Sol.