Hemos visto demasiadas series norteamericanas de abogados. Yo empecé, allá en la infancia, con Perry Mason, y desde entonces no he visto pocas. De manera que ahí estaba, frente al televisor, sin palomitas, porque no eran horas y además no las tomo, a ver el episodio judicial de la mañana, que no era otro que la comparecencia del presidente del Gobierno como testigo en el juicio del caso Gürtel. Lo hice esperando que los abogados de las acusaciones tuvieran la elocuencia, el ingenio y la astucia de que hacen gala los de las series para sacar algo de petróleo de la presumible aridez del compareciente. ¡Y qué decepción!
No sacaron nada. Pero nada de nada, salvo alguna que otra frase con retranca y, según dicen los observadores más concienzudos, algún gesto de nerviosismo. Claro que yo no asisto regularmente a juicios. Igual resulta que el interrogatorio de los letrados de la acusación logró poner de relieve contradicciones y contribuyó a esclarecer un poquito los hechos que se están juzgando. A la espera estoy de la opinión de los expertos en la materia. Pero lo que yo vi, como inexperta en juicios, fue todo lo contrario de lo que esperaba, mediatizada como estoy por las malditas series de abogados americanas. Ni elocuencia, ni ingenio ni astucia.
No quiero meterme con los letrados de acusación, ni siquiera con Benítez de Lugo, porque el foco de atención no han de ser ellos, sino Rajoy. Pero lo cierto es que de ellos dependía que el interrogatorio sirviera para algo, que en principio sería aclarar las zonas todavía oscuras de la trama Gürtel. No hubo tal, y poca excusa tienen, pues ya debían de ser conscientes de que el presidente del PP y del Gobierno iba a decir que no sabía nada de la trama, ni de la caja B, y que negaría que hubiera sobresueldos: es lo que ha venido diciendo al respecto. Sus preguntas no lograron abrir brechas en esa predecible muralla. Fueron reiterativas, sí, pero eso no las volvió mejores.
Si la sesión con Rajoy fue un "circo político", como dice el PP, fue un pestiño de circo, excepto por el momento gallego, que ya se está haciendo rutina. Y aprovecho: cuidado, señor Benítez, pues aunque a mí no me molesta esa asociación de lo gallego con lo ambiguo, hay quien por menos se ganó un airado reproche del Parlamento galaico. Pero a lo importante: no sé si fue un circo, pero lo que sé es que no fue político. Lo político es que a Rajoy se le pidan responsabilidades políticas en el Parlamento. Lo político es que él mismo las reconozca, cosa que lamentablemente no sucede. Lo no político es tomar la comparecencia ante un tribunal por una oportunidad política, y apostar por el efecto escándalo, en lugar de trabajarse un buen interrogatorio, que sea útil para avanzar en el caso que se juzga.
Estamos en la política del escándalo desde hace mucho tiempo, pero aun así resulta extraño que el PSOE y Podemos hayan descubierto algo insospechado y aterrador en un testimonio de Rajoy que no aportó nada nuevo. Pedro Sánchez pide la dimisión inmediata de Rajoy "para no arrastrar a España en su caída", pero no me ha quedado claro si es por lo que Rajoy dijo, por lo que no dijo o porque compareció. Pablo Iglesias no quiere que dimita: quiere echarlo, aunque de eso ya teníamos noticia. Tampoco sé muy bien cuáles son las razones para largarlo que añadió la comparecencia. ¿Porque se comportó con "chulería" –mira quién habló–, o por hacer "chascarrillos en sede judicial"? Para Iglesias, que el presidente del Gobierno tenga que declarar como testigo es la evidencia de que estamos en una situación de "excepcionalidad democrática". Pero lo que sería una excepción indebida es que un presidente no fuera a declarar ante un tribunal cuando le llama.