A la vista de lo sucedido desde mediados de febrero hasta hoy, es inevitable fijarse en lo que no sucedió. Y lo que no sucedió, lo que no hubo fue anticipación. Las decisiones políticas iban a un ritmo, mientras la epidemia avanzaba a otro, en parte oculto o latente, pero previsible a la vista de cómo se comportaba en otros países. Las decisiones que correspondían a los gestores políticos, incluidas las recomendaciones a la población, han ido a remolque de los hechos. A remolque, para ser exactos, de los datos de contagio confirmados, datos que a su vez ya llevan retraso respecto al contagio efectivo. Bien puede ser cierto que la respuesta del Gobierno, como dijo el presidente en su comparecencia, se haya adaptado en cada momento a "las recomendaciones horarias de la crisis". La cuestión, sin embargo, es que en una emergencia como ésta no basta la respuesta, no es suficiente reaccionar: hay que anticiparse.
El problema de la anticipación son sus costes. La adopción de medidas restrictivas fuertes para anticiparse a la expansión del virus habría tenido costes políticos y económicos. Del otro lado estaban los posibles beneficios de adelantarse. Puestos en forma de pregunta: ¿se hubieran podido parar en mayor medida los contagios de haberse adoptado antes decisiones como las que se empezaron a tomar desde el día siguiente al 8 de marzo? Parece probable, aunque no podamos tener la certeza. El hecho es que se optó por llamar a la calma y a lavarse las manos. Y se extendió la idea de que este virus no iba a afectar más que de forma limitada a España. Sí, era bueno no caer en el alarmismo, pero no era tan bueno minimizar el riesgo cuando lo que teníamos que hacer era extremar las precauciones, reducir los contactos sociales, cambiar hábitos y rutinas.
Los costes políticos de ir por delante de la emergencia que se ve venir son del mismo tipo que los que suelen tener las medidas impopulares. En ocasiones así, el momento en que se adoptan las medidas es crucial. Todo es el horario, por decirlo con Sánchez. Lo ejemplifican unas declaraciones de la presidenta de Navarra, la socialista María Chivite, en las que decía que sólo si el contagio se descontrolaba cerraría los colegios de la región. Ya podemos gritarle que es al revés, que habrá que cerrarlos antes de que se descontrole el contagio, precisamente para evitar el descontrol. Un político en el poder de la especie común lo verá de otro modo. Pensará que si se anticipa y cierra los colegios antes de que el descontrol sea evidente para todo el mundo provocará el descontento del público y tendrá que poner en pie toda una serie de medidas complicadas para que las familias puedan funcionar teniendo a los niños en casa. Uf, mejor dejarlo para cuando no haya más remedio.
No hubo anticipación y no puede ampararse nadie en la ignorancia, en la falta de evidencias ni en la imposibilidad de predecir: estaba a la vista la evolución de la epidemia en Italia y, antes, en China y otros países asiáticos. "Esta crisis no es estática, es absolutamente dinámica", dijo Sánchez como queriendo subrayar la dificultad de prever su ritmo. Nadie dijo que fuera fácil, pero teníamos varios ejemplos o modelos de cómo era su dinámica. En las crisis, cuando llega el momento ya es tarde.