El preacuerdo va a someterse a las bases. Se trata de un folio y medio de texto que pasa de lo macro, como "trabajar por la regeneración y luchar contra la corrupción", a lo micro, como "controlar la extensión de las casas de apuestas", en escalofriante salto. Y en el mismo epígrafe. Que incluye todas las servidumbres a los tópicos del momento, sea "la lucha contra el cambio climático", sea "revertir la despoblación", sean, naturalmente, las "políticas feministas". Y que no excluye las vaguedades más antiguas, como el fomento de la cultura y el deporte. Pero se mire como se mire no es un programa de Gobierno. Es una fritanga de estereotipos, pura langue de bois, anotados en una servilleta. Pero a las bases va. A las del PSOE y a las de Podemos.
El plebiscito es obligado. No como muestra de democracia, sino como demostración de que hay democracia, que es diferente. Los dos partidos podrán exhibir que las bases tienen la palabra. Pero los queridos afiliados no se van a pronunciar sobre un programa de Gobierno negociado, desarrollado y transcrito en decenas de folios. Eso es lo que ha hecho el SPD, el partido socialdemócrata alemán, cuando ha pedido a sus miembros que ratificaran su Gobierno de coalición con los conservadores. Allí, primero, el programa, el de verdad, y después la consulta. Aquí, primero la consulta y después, el programa. De tal forma que lo que se somete a las bases es sólo el abrazo entre Sánchez e Iglesias. No un acuerdo programático, sino un acuerdo afectivo. Se les pregunta si están a favor de que los dos partidos se quieran y formen un Gobierno bonito.
La consulta a las bases, con esas características, tiene una función, una función perversa, si se compara con la que se proclama de cara a la galería. La auténtica función de estas consultas es legitimar a las cúpulas partidarias para que luego acuerden lo que quieran. Una vez que las bases han dado el sí, quiero al esquema de la servilleta, ya tienen las manos libres Sánchez e Iglesias para componer un programa de Gobierno o algo parecido. Nadie en el PSOE, nadie en Podemos podrá levantar la voz contra este o aquel aspecto del plan, porque será como levantar la voz contra la voluntad del pueblo. Cuando las bases han hablado, por esa vía torticera del referéndum sobre la nada, no hay críticas ni disensiones legítimas. Sólo queda someterse a la decisión de los dirigentes, porque esa decisión la ha blindado, preventivamente, el artificio plebiscitario.
De la misma índole trapacera es la consulta que va a hacer Esquerra Republicana, aunque más que consulta es instrumento de presión. Y tiene una maravilla de pregunta. Dice así: "¿Está de acuerdo con rechazar la investidura de Pedro Sánchez si previamente no hay un acuerdo para abordar el conflicto político con el Estado a través de una mesa de negociación?". La cadena de negaciones quita la respiración. Pero hay que releer. E intentar despejar la duda de si Esquerra dice que hay un conflicto con el Estado (bien que reconozca que no hay más que uno, y que la República no existe, idiota) o si dice que el conflicto hay que abordarlo con el Estado. Claro que es muy posible que el único conflicto en danza sea el que tiene Esquerra para decidir qué vota en la investidura.
Nos dejó en julio su diputado Rufián con la impresión de que estaban realmente acongojados por la falta de acuerdo entre el PSOE y Podemos, y que lo darían todo para que "la izquierda" se uniera y gobernara junta; y ahora que ese acuerdo existe, no les convence el plan y se ponen estupendos. Tanta emotividad y luego tan poca palabra. No obstante, la consulta es consultiva, la redundancia, y la dirección hará lo que le pete en función de cómo vea la jugada. De momento, lo más inquietante es que el más proclive a votar que sí a la enrevesada pregunta de Esquerra, y por tanto, no a Sánchez, parece que es el futuro vicepresidente del futuro Gobierno de coalición progresista.