Poco se habla de Manuel Castells. Por si se ha olvidado: es el ministro de Universidades. Entre las excepciones al sepulcral silencio que acompaña a su desempeño, silencio que sólo él mismo rompe de vez en cuando, está un reciente artículo de Teresa Giménez Barbat, dedicado a glosar las figuras de Castells y Clara Ponsatí, la exconsejera que se fugó después del 1-O, ya que veía que los dos personajes tenían mucho en común. Esa afinidad la sintetizó en el título de su pieza: "Castells y Ponsatí, dos tontos muy tontos en la Universidad". Y cada vez parece más claro que la labor ministerial de Castells tiene por objetivo culminar el entontecimiento de la Universidad.
Acaba de decirlo, con otras palabras, César A. Molina, en una tribuna en El Mundo: "El ministro de Universidades no cree en la Universidad y la desmantela. Por cierto, ya no quedaba mucho en pie. Autor de numerosos libros, defiende la utilización de aparatos tecnológicos frente a la memoria y el saber transmitido por un buen magisterio. Por tanto, la lectura queda totalmente desplazada. Del horrible peligro de leer, escribió con ironía Voltaire, que para Castells debe ser un autor de extrema derecha". Seguro que lo tiene por un reaccionario. Añadía Molina: "El actual ministro llevará a la Universidad a una mayor ignorancia, ocultará el ingenio, alentará la inanidad, perseguirá lo meritorio, difundirá nuevas supersticiones políticas y enfermará mentalmente a los alumnos". Vendría a ser, poco más o menos, una proyección del propio Castells. Salvo por su capacidad para engañar con palabrería a más de un incauto, labrarse fama de pensador complejo y colocarse muy bien.
Con la inauguración del curso, Castells ha hablado, y es cuando habla que se echa de menos el silencio aquel. Anunció que estaba haciendo la "ley universitaria más feminista de la historia, en términos transversales", y no en otros. Esta es seguramente una de las supersticiones políticas a las que se refería Molina. Su ley más-feminista-de-la-historia consiste en que las mujeres tengan preferencia frente a los hombres para ser contratadas en las universidades públicas. ¿Se ha basado en datos que indiquen que hay una extraña infracontratación de mujeres que sólo puede ser debida a algún tipo de discriminación? Para nada. Castells es sociólogo, eso dicen los papeles, pero tiene una curiosa alergia a los datos sociológicos. La realidad no es lo suyo. Pero qué importa si de lo que se trata es de pregonar que ha hecho "la ley universitaria más feminista de la historia". En términos transversales. Conste.
Castells no es un tonto a la hora de buscar popularidad. "La Universidad pública debe ser gratuita", ha dicho también estas semanas. Es una vieja querencia suya. Lo viene diciendo desde que es ministro del ramo. La actual subvención parcial no le convence, y quiere que los contribuyentes lo paguen todo. Porque pagar hay que pagar: nada es gratis. Coincidió esto con el inicio del curso, y es sabido lo que pasó en varias ciudades que albergan a muchos universitarios. Hubo macro súper botellones, y en algunas de esas urbes nadie pudo conciliar el sueño esa noche. Es sólo el principio. Los jóvenes, cómo no, tienen que divertirse y los demás, soportarlo. Muchos estudiarán también. Otros no, como siempre. Pero siempre ha habido un coste asociado. El ministro quiere que no haya costes de ningún tipo. Que paguemos todo. Sorprende que no lo haya explicitado. Universidad y botellón gratuitos. Venga, Castells.