La historia se repite. Los miserables se repiten más. Volvieron a salir hace unos días, cuando ETA produjo su comunicado-robot anunciado su próxima disolución. Era un texto hecho para aparentar sinceridad y sentimiento. Ya sólo por eso resultaba especialmente repulsivo. Pero ¡ay de quien le ponga un pero a los mensajes de los terroristas que ofrecen alguna tregua, algún cese permanente o algún anuncio de disolución! Es más: ¡ay de quien no salte de alegría como un poseso y no llore de júbilo para celebrar esos actos de generosidad! Porque el que no lo haga se convertirá en sospechoso. En sospechoso nada menos que de preferir que la organización terrorista siga existiendo o siga matando.
Podían ser meras anécdotas. De un presentador de un programa de televisión que va y dice que hay gente que "contra ETA vivía mejor". De una tertuliana, casualmente del mismo programa, que insinúa que hay gente (de derechas) a la que inquieta mucho que los terroristas dejen de matar y que a fin de apoyar el infundio mancha a un periodista fallecido. Pero si fueran casos aislados, y más esos que refiero, tales comentarios no tendrían otra relevancia que la de retratar a quienes los hicieron. No son anécdotas, sin embargo. Son puntos de toda una línea de mala baba.
Ya ocurrió lo mismo, en el fondo lo mismo, aunque a mucha mayor escala, cuando Zapatero abrió una negociación política con la organización terrorista. Entonces, quienes se opusieron al pago de un precio político para que ETA dejara de matar tuvieron que afrontar la acusación de que lo que querían es que los terroristas siguieran matando. ¡Están en contra de la paz!, se dijo. Cuántas veces se escuchó aquello. Siempre por cauces laterales, pero se dijo una y otra vez. El modo de acallar a los que se oponían a un proyecto que implicaba aceptar el dictado del terror y marginar a sus víctimas era desprestigiarlos atribuyéndoles el mal deseo de que ETA continuara sembrando el terror.
A mí, en cambio, lo que me resulta extraño es el júbilo con que algunos reciben los comunicados de ETA. Me extraña que les produzcan tanta alegría, porque no he visto que se felicitaran por detenciones y condenas de terroristas, por todas las actuaciones policiales y judiciales que permitieron avanzar en su arrinconamiento. Me sorprende que no pese en su ánimo el recuerdo de los crímenes cometidos, de los estragos causados. Es difícil saltar de alegría cuando se piensa en tantas vidas rotas, en los asesinados, en los heridos, los extorsionados, los amenazados y los que tuvieron que marcharse.
Ese entusiasmo festivo no hace más que concederle a ETA el protagonismo que pretende en su final. Exactamente como quieren sus herederos. Esos que no condenan ni renuncian al legado del terror, sino que, bien al contrario, se crecen y esperan crecer en él. Todo lo que hacen es para salvaguardar esa herencia abominable. Y su intención es prolongar sus efectos. No hay más que ver lo de Alsasua para entenderlo. Como decía el cineasta Iñaki Arteta hace unos días, "la banda terrorista pudo dejar su actividad, pero sus seguidores no han dejado la suya". Pero no lo ven. Ni quieren verlo. Como no lo veían ni querían verlo antes, las avestruces. Prefirieron siempre el sometimiento al terror.