El presidente de la Generalidad catalana convocó en 2012 unas elecciones anticipadas para obtener una amplia mayoría que abriera la puerta a un referéndum de autodeterminación. Lo llamaba de otra manera, "derecho a decidir", pero era eso. Su partido perdió doce escaños, y sin embargo ahí siguió el hombre, el mismo Artur Mas, y no sólo como si nada. Subió la apuesta, montó un simulacro con urnas y luego convenció a los de Esquerra para juntarse en una lista y llamar a unas elecciones plebiscitarias con el único fin de dirimir la proclamación de la independencia ya.
Bien. La cosecha electoral en escaños es esta: juntos son menos de lo que eran por separado. ERC y Convergencia unidos han sacado nueve escaños menos de los que consiguieron hace tres años cuando cada uno fue por su cuenta. Y al hacer la cuenta del plebiscito que anunciaron con desafiante trompetería se concluye que lo perdieron.
Nada de esto ha impedido que los Juntos derrochen euforia y sostengan que se sienten legitimados, más aún, híper súper legitimados para seguir adelante. ¿Que dijimos que era un plebiscito y en un plebiscito cuentan los votos? Sí, pero ustedes (los no separatistas) dijeron que no lo era, así que no lo utilicen ahora como argumento. ¡Habernos permitido un referéndum! ¿Que sacamos menos escaños juntos que por separado? Cierto, pero es que se nos fue Unió y eso explica el descenso. Y, bueno, sí, lo del plebiscito era una coña marinera: era plebiscito hasta las 20 horas del 27 de septiembre. Después, escaños y a mandar. Ya lo dijo Artur, el astuto.
Esta es la historia. La historia de un mundo paralelo, de un mundo construido sobre la base de negar la realidad, los hechos, los datos. Sistemáticamente. De manera que da igual que ahora unos comicios arrojen pérdida de escaños para los que se juntaron para tener más, y que haya que sumar a las CUP para que salgan las cuentas y los cuentos. Da igual que haya que marchar hacia la proclamación de la independencia con el aval de un millón novecientos mil votos de los 5,5 millones de votantes censados o de los 4,1 millones que en efecto votaron. Es la voluntad de un pueblo, porque el pueblo en la visión nacionalista son los nacionalistas y nadie más.
Artur Mas demostró hace tres años que perder era ganar, y volverá a demostrarlo. Perder unos escaños no le echa atrás: le impulsa a marchar con más urgencia hacia la ruptura. Convencerá a los de la CUP. Esos feroces anticapitalistas tendrán que decidir qué es más importante para ellos: si acabar con Mas o acabar con España. No creo que se lo tengan que pensar mucho. La guerra civil de los separatistas no impedirá que se unan contra el enemigo común.
Se dice que los resultados del 27-S ponen freno a la independencia exprés y que la cosa irá a plazos. Los argumentos para sostener ese alivio son buenos, razonables y equivocados. Mas y los suyos no querrán esperar. Toda la ingeniería social de décadas y toda la movilización de los últimos años les inducen a ver el fruto al alcance de la mano. Quizá no esté plenamente maduro, pero ¿por qué dejar que lo recojan otros más adelante cuando pueden arrancarlo ahora?