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Clifford D. May

Erdogan y el significado de Hitler

El presidente turco vuelve a demostrar que no es un aliado confiable.

El presidente turco vuelve a demostrar que no es un aliado confiable.
Cordon Press

He aquí una de esas preguntas de ciencia política sobre las que se discute a fondo delante de unas cervezas en el bar de la universidad: ¿qué es mejor, un régimen parlamentario o uno con un poderoso jefe ejecutivo?

Al presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, le hicieron esa pregunta recientemente y respondió que él se inclinaba por lo último, advirtiendo que había "ejemplos en el mundo" de que funcionaba mejor. Lo que se le pasa a uno por la cabeza. "Puede comprobarlo echando un vistazo a la Alemania de Hitler", dijo.

Oh, sí. Eso fue… un modelo exitoso de gobierno… si uno deja de lado… bueno, ya sabe.

Sin embargo, parece que el Sr. Erdogan no sabe. Su gabinete (es decir, él mismo o un factótum) emitió un comunicado en respuesta a las críticas. La metáfora de Erdogan sobre la Alemania de Hitler fue "distorsionada" y "usada en sentido opuesto" de lo pretendido por el mandatario. El líder turco sólo quería decir que una presidencia ejecutiva no precisa de un sistema federal de gobierno.

Ah, eso lo explica todo, ¿no?

Sería inaceptable, añadía el comunicado, sugerir que el Sr. Erdogan había arrojado una luz positiva sobre la Alemania de Hitler. Todo lo contrario, él sólo quería apuntar que "si el sistema es violentado puede llevar a una mala gestión que desemboque en desastres como en la Alemania de Hitler".

Un momento. ¿Mala gestión? ¿Ese fue el problema de la Alemania nazi? ¿Y el arrasamiento de Francia, Checoslovaquia y Polonia -y el Holocausto- fueron "desastres" como los huracanes, los tornados y los terremotos?

"Lo importante", concluía el comunicado, es "bregar por una gestión justa que sirva a la nación".

Tras reflexionarlo, no estoy convencido de que eso sea lo crucial.

Puede que sea esto: el hecho de que el hombre fuerte que viene gobernando Turquía desde hace una década y que está determinado a consolidar e incrementar su poder para una o dos décadas más -he aquí la razón por la que fue preguntado por las formas de gobierno- no comprende el acontecimiento más relevante del siglo XX, no ve el totalitarismo y el supremacismo como algo singularmente amenazante, no entiende que el genocidio es una vileza sin parangón.

Hay un contexto histórico ahí; uno por el que el señor Erdogan debería ser especialmente sensible y precavido. Y es que Hitler concebía el islam como una religión potente, varonil. Por contra, veía la Cristiandad como "sumisa" y "flácida". Habría sido mejor, dijo Hitler una vez, si los ejércitos islámicos hubieran derrotado a Carlos Martel en Poitiers (en la actual Francia) en el s. VIII y tomado Europa, porque "con toda probabilidad nos habríamos convertido" y “las razas germánicas habrían conquistado el mundo”.

Igualmente, Hitler admiraba al Imperio Otomano, y vio en la matanza de armenios que comenzó en 1915 como modelo y precedente del genocidio que concebía. Además, él otros líderes nazis adularon a Mustafá Kemal Atatürk, el líder nacionalista que hizo surgir la "nueva Turquía" tras el colapso del Imperio otomano y del Califato (acontecimientos, estos últimos, debidos en no poca medida al alineamiento de la Sublime Puerta con Alemania en la Primera Guerra Mundial). Todo esto y mucho más ha sido profusamente documentado por Stefan Ihrig en su libro de 2014Atatürk en el imaginario nazi.

Otra trama del tapiz: los estrechos lazos del Sr. Erdogan con la Hermandad Musulmana, una organización con una "muy ambigua relación con el extremismo violento" y cuyos valores se contraponen a los de las naciones occidentales, según un reciente informe del Gobierno británico. Hasán al Bana, fundador de la Hermandad, fue un gran defensor de Amín al Huseini, el muftí de Jerusalén que pasó la Segunda Guerra Mundial en Alemania, colaborando con Hitler y emitiendo programas para Oriente Medio desde Radio Berlín, injertando el antisemitismo nazi en las variedades regionales preexistentes.

"También Al Bana hablaba bien de Hitler", anota Paul Berman en El vuelo de los intelectuales, su libro de 2010 sobre cómo los académicos occidentales han escogido frecuentemente rehuir el análisis serio sobre aquellos que libran la yihad contra Occidente. Entre las conclusiones sostenidas por una amplia evidencia pero consideradas tabú se cuenta ésta: "Las ideas nazis han arraigado visiblemente entre los islamistas actuales".

Todo esto podría ser desechado como material de interés meramente académico si Turquía fuera otro pantanal más del Medio Oriente. Pero Turquía es miembro de la OTAN, lo que le convierte oficialmente en aliado de EEUU y la Europa occidental. Excepción hecha de EEUU, ningún otro país de la Alianza cuenta con un Ejército tan grande.

¿Puede Turquía ser un miembro confiable de la OTAN si su líder no entiende el significado de Hitler, quién fue, qué hizo y qué ideología encarnó? Y si el Sr. Erdogan quiere transformar Turquía en un Estado crecientemente islamista bajo su creciente autoritarismo, ¿podemos seguir viéndole como un compañero de armas en la guerra contra el totalitarismo en sus formas dominantes hoy en día, que son las del Estado Islámico, la República Islámica de Irán y Al Qaeda?

Estas preguntas no son sólo para el bar de la universidad. Entiendo por qué numerosos legisladores, diplomáticos, periodistas o académicos norteamericanos se muestran reluctantes a formularlas. Pero el lapsus -que quizá pueda ser interpretado como un momento de candor inintencionado- de Erdogan ¿no lo convierte en absolutamente necesario?


© Foundation for Defense of Democracies - Revista El Medio

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