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Cayetano González

Tristes días de julio

Los jóvenes de hoy no saben quién era Miguel Ángel Blanco, ni tantos y tantos otros que fueron asesinados por ETA simplemente por ser españoles.

Los jóvenes de hoy no saben quién era Miguel Ángel Blanco, ni tantos y tantos otros que fueron asesinados por ETA simplemente por ser españoles.
Una de las manifestaciones multitudinarias por Miguel Á. Blanco | Archivo

Cuando el jueves 10 de julio de 1997, a las 16 horas, una voz de hombre dijo, más bien escupió, vía telefónica: "Hijos de puta, lo de Ortega Lara lo vais a pagar", y añadió, "Gora Euskadi Askatuta!", la funcionaria que estaba de guardia en la Secretaría del Ministro del Interior y atendió la llamada, transferida desde la centralita del Ministerio, no se podía ni imaginar que treinta y cinco minutos antes un comando de ETA había secuestrado en Ermua a Miguel Ángel Blanco, un desconocido y joven concejal del PP de esa localidad vizcaína. Cuarenta y ocho horas más tarde, ETA lo asesinó: su cuerpo apareció con dos tiros en la nuca en un camino vecinal de Lasarte.

Han pasado diecinueve años de aquellos dramáticos hechos, pero somos muchos los ciudadanos que nunca los olvidaremos. Veníamos, sólo diez días antes, de haber vivido con inmensa alegría la liberación por parte de la Guardia Civil del funcionario de prisiones José Antonio Ortega Lara, después de haber sufrido la cruel tortura de estar 532 días secuestrado en un agujero inmundo, habilitado por los terroristas de ETA en una nave industrial situada a las afueras de Mondragón.

Pero ETA no estaba dispuesta a permitir que la sociedad española disfrutara durante muchos días de ese triunfo sobre los terroristas, y por eso perpetró con rapidez su venganza: el asesinato a cámara lenta de Miguel Ángel Blanco. Para ello no tuvieron más que secuestrarle y plantear un chantaje en toda regla al Gobierno: o en cuarenta y ocho horas trasladaba a todos los presos de ETA a las cárceles del País Vasco o Blanco sería "ejecutado". En este punto, hay que subrayar la entereza y la firmeza de la familia de Miguel Ángel, que en ningún momento de esas agónicas 48 horas pidió al Ejecutivo que cediera a la petición de los terroristas, ni después formuló reproche alguno por no haberlo hecho. Entendieron y aceptaron que un Gobierno democrático no podía ceder al chantaje terrorista, aunque eso supusiera perder a un hijo y a un hermano. Un ejemplo que no se ha de olvidar.

Diecinueve años después, hay una nueva generación de españoles a los que aquellos terribles hechos le resultan indiferentes por puro desconocimiento. Los jóvenes de hoy no saben quién era Miguel Ángel Blanco, como no saben quiénes eran Gregorio Ordóñez, Fernando Buesa, Fernando Múgica y tantos y tantos cargos públicos de UCD, AP, PP, PSOE, guardias civiles, policías nacionales, militares o simples civiles que fueron asesinados por ETA simplemente por ser españoles. De ahí que sean muy necesarias y positivas iniciativas como el cómic que acaba de publicar la Fundación Miguel Ángel Blanco, para que las nuevas generaciones de ciudadanos conozcan una parte muy relevante de nuestra historia reciente.

Porque si la historia del medio siglo de barbarie etarra no es contada con arreglo a la verdad de los hechos, si en ese relato no ocupan el lugar principal las víctimas del terrorismo, sucederá lo que acertadamente se dice en el último editorial de LD: Otegi será más conocido e incluso reconocido que Miguel Ángel Blanco o José Antonio Ortega Lara, dos de nuestros héroes contemporáneos, que protagonizaron con distinta suerte los primeros días de julio de hace diecinueve años.

O sucederá lo que pudimos escuchar hace unos días al lehendakari Urkullu: que, en su agenda vasca para negociar un hipotético acuerdo con Rajoy, la transferencia de las prisiones al Gobierno autonómico vasco, con el consiguiente acercamiento de los presos de ETA, es una prioridad absoluta. Ya se ve que los mismos que hace diecinueve años cometieron la indecencia moral de salir corriendo a pactar con ETA en Estella, en lugar de quedarse al lado de los demócratas, siguen mucho más preocupados por los verdugos que por sus víctimas. Al PNV le sucede todo lo contrario que al buen vino.

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