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Cayetano González

¿Terceras elecciones?

Propondría una campaña a lo grande para conseguir que los actuales líderes políticos se fueran, todos, a su casa, por incompetencia manifiesta.

Comprendo que la simple lectura del titular de este artículo pueda producir en algunos un auténtico sarpullido, pero a medida que se acercan las ocho de la tarde del próximo domingo –momento en que se empezarán a contar los votos de las segundas elecciones generales celebradas en seis meses– el temor a que los ciudadanos tengamos que volver a ser convocados a las urnas por tercera vez allá por la próxima Navidad es algo más que una hipótesis descabellada.

Si esto ocurriera, uno, que no es de natural radical en sus posiciones, salvo en unas pocas cuestiones fundamentales, como pueden ser la defensa de la libertad, de la vida, de la igualdad ante la ley, de la unidad de la Nación o de las víctimas del terrorismo, propondría una campaña a lo grande para conseguir que los actuales líderes políticos se fueran, todos, a su casa, por incompetencia manifiesta.

No queda otro remedio que esperar a la noche del domingo para saber el número real de escaños de cada formación política. Pero, a tenor de lo que dicen las encuestas publicadas en los últimos días –en las que la coincidencia fundamental es que nadie va a tener mayoría absoluta, y por tanto van a ser necesarios los pactos para gobernar– y de las posiciones expresadas por los principales partidos en relación a esos pactos, la hipótesis de una nueva situación de bloqueo donde sea imposible la investidura de un presidente del Gobierno no es nada descartable.

Si hacemos caso a lo que han dicho en estos días los diferentes candidatos, la situación es la siguiente: Rajoy ofrecerá a Sánchez y a Rivera un Gobierno de gran coalición que ya ha sido descartado por estos, que no están dispuestos a dar su apoyo al PP o al actual jefe del Ejecutivo, con lo cual Rajoy poco podrá hacer con sus 120-130 escaños. Iglesias ha dicho que volverá a tender la mano al PSOE, pero no es lo mismo que lo haga tras conseguir el manido sorpasso o quedando por detrás de los socialistas. En el primer caso, es muy improbable que sea Sánchez quien tenga que tomar la decisión de aceptar o no el ofrecimiento del líder de Podemos. Lo previsible es que el secretario general del PSOE dimita o le dimitan, se nombre una gestora hasta la celebración de un congreso extraordinario para elegir nuevo líder o lideresa y los socialistas se queden en la oposición, que es el mejor sitio para recomponerse.

En el poco probable caso de que el PSOE quede por delante de Podemos, está claro que la inclinación natural de Sánchez será intentar un Gobierno con los de Iglesias, y para sortear a los barones que se opongan a ello siempre le quedará el recurso de consultar a las bases. Con una pregunta del tipo "¿apoya un Gobierno entre las fuerzas del cambio que lleve a cabo la regeneración que España necesita después de los cuatro años de gobierno de la derecha?", el ganaría de calle.

El panorama para el día siguiente a las elecciones muy preocupante. Todo sería más fácil si algunos de los actuales dirigentes políticos decidieran, para facilitar las cosas, dar un paso a un lado. Ese es el caso de Rajoy y también de Sánchez, pero no parece que a día de hoy ninguno de los dos tenga la más mínima intención de hacerlo. A muy corto plazo quien peor lo tiene es Sánchez; en cuanto a Rajoy, si no saca adelante su investidura, es de esperar que alguien en el PP o en su entorno familiar le convenza de que lo mejor que puede hacer es retirarse plácidamente a Pontevedra o a Santa Pola.

Si eso no sucede, lo de las elecciones a final de año pasará de ser una hipótesis descabellada a convertirse en algo dramáticamente real.

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