Sabida es la tendencia de la mayoría de los políticos a considerar que los ciudadanos somos tontos y en consecuencia a tratarnos como tales. Esta es la tentación en la que, a tenor de los mensajes que se están enviando desde el Palacio de la Moncloa a la opinión pública las últimas horas, muy probablemente caerá el presidente del Gobierno en su comparecencia parlamentaria del próximo jueves para hablar del caso Bárcenas. Comparecencia a la que Rajoy ha ido forzado, en contra de su voluntad, para evitar la moción de censura que el PSOE había anunciado que presentaría en caso de no hacerlo.
Rajoy y el PP llegan a esta comparecencia con todas las alarmas encendidas: la de intención de voto en caída libre, la de la confianza y la credibilidad del presidente del Gobierno por los suelos, la de la imagen del partido muy deteriorada, porque las acusaciones de financiación irregular hechas por Bárcenas, para desgracia del PP, son creídas por una inmensa mayoría de la sociedad. Esto le sucede a los populares y a su actual presidente, cuando sólo han pasado veinte meses de haber conseguido una holgada y cómoda mayoría absoluta en las elecciones generales de noviembre de 2011, cuando gobiernan en once de las diecisiete Comunidades Autónomas, en los principales Ayuntamientos de España y cuando su principal rival político está literalmente hecho unos zorros, con un líder obsoleto y con un proyecto ideológico a la deriva.
Esperar de Rajoy que el jueves dé, metafóricamente hablando, un puñetazo en la tribuna de oradores, reconozca lo que tenga y deba de reconocer en torno a las acusaciones del extesorero Luis Bárcenas, pida perdón por haber mantenido durante tantos años a ese personaje en la gerencia y tesorería del partido, es mucho esperar de un dirigente político que ha hecho de dejar pasar el tiempo, con la esperanza que de esa manera se arreglen los problemas, su principal seña de identidad. Si en lugar de eso, se limita a negarlo todo, a anunciar medidas contra la corrupción y a decir que lo peor de la crisis económica ya ha pasado, el desastre para lo que representa el PP estará servido, porque sus cargos públicos, sus militantes, sus votantes y sus simpatizantes seguirán sumidos en el desconcierto.
Si el presidente del Gobierno y sus asesores fueran realmente conscientes del hartazgo ciudadano que hay en torno a todo lo que huele a corrupción de la clase política, no hubiesen cometido los errores que han cometido desde que estalló el caso Bárcenas. Y todo parece indicar que el jueves seguirán con el "mantenella y no enmendalla". Un hartazgo que conlleva que los ciudadanos estén ya para pocas bromas, sobre todo cuando estas son protagonizadas por los que más ejemplo público deberían dar.
Si con el reciente y trágico accidente ferroviario de Santiago de Compostela, todo el mundo –empezando por la clase política– ha alabado la reacción y el comportamiento ciudadano, las muestras de solidaridad y de apoyo a las víctimas y a sus familiares, no se entiende fácilmente que a los políticos les cueste tanto darse cuenta de que al final es esa misma sociedad madura que ha sabido estar a la altura de las difíciles circunstancias vividas en los últimos días, la que merece también ser tratada con respeto en otros aspectos de la vida pública. No se entiende, salvo que, y vuelvo al comienzo de este artículo, nos tomen por tontos. El jueves, Rajoy tiene la oportunidad de romper esa tendencia contando no su versión, sino la verdad del caso Bárcenas y asumiendo las responsabilidades de tipo político a que hubiera lugar. Si no lo hace, lo único que conseguirá será ahondar en el lento pero inexorable suicidio político en el que se ha instalado el PP.