Cuarenta y ocho horas antes de la trágica muerte de Rita Barberá se pidió a Pablo Casado, vicesecretario de Comunicación del PP, una valoración política de la comparecencia que ese día había tenido la exalcaldesa de Valencia ante el Tribunal Supremo. La contestación de este dirigente popular fue:
Esta señora ya no es del PP y por tanto no tengo por qué valorar la declaración ante la justicia de una persona que ya no forma parte de mi partido.
La semana pasada, al vicesecretario de Organización de los populares, Fernando Martínez-Maillo, se le requirió su opinión sobre el comunicado de la fundación FAES, que preside Aznar, en el que se criticaba duramente lo dicho por la vicepresidenta Sáenz de Santamaría en el sentido de que quizás fue un error la recogida de firmas que el PP hizo en su día contra el estatuto de Cataluña, pactado por Zapatero y Mas. "Es una opinión más, de una fundación que ya no pertenece al PP", dijo Maíllo; añadiendo que, por supuesto, él no compartía esa crítica.
Si lo de Casado fue una declaración mezquina y en el fondo cobarde sobre una persona que había dado al PP mucho más de lo que todos los casados de turno podrán aportar en su vida, lo de Martínez Maíllo fue simplemente una solemne tontería, porque, aunque efectivamente hace unas semanas el PP y FAES dejaron de tener una relación orgánica, da la pequeña casualidad de que Aznar sigue siendo hasta la fecha presidente de honor del PP.
Que Casado y Maíllo se atrevan a utilizar un argumento tan endeble, tan poco elegante, tan ruin, como el de apelar a la condición de no militante de una persona como Rita Barberá o de la no pertenencia al PP de FAES no es algo gratuito. Es la lógica consecuencia del clima que se respira desde hace años –concretamente desde la derrota electoral de Rajoy en 2008 y el Congreso de Valencia posterior– en las filas populares. Un clima que se caracteriza por la vacuidad ideológica del proyecto político; por la sumisión total al líder y la presión contra o expulsión de quienes se atrevan a discrepar con él. Fue el propio Rajoy quien empezó con esa dinámica en aquel mitin en Elche en marzo de 2008, cuando invitó a irse al partido conservador o al liberal a quienes no estuvieran de acuerdo con el posicionamiento ideológico y estratégico del PP. Pero lo mismo que se hizo esa invitación, años más tarde se quitó de las listas electorales, por ejemplo, a todos aquellos diputados que se atrevieron a mostrar su discrepancia y descontento con lo que fue un flagrante incumplimiento del programa electoral con el que el PP se presentó a las elecciones de 2011, en lo referido a la modificación de la ley del aborto, más conocida como Ley Aído.
Si la refundación del PP que lideró Aznar en 1990 tuvo la virtud de integrar bajo las mismas siglas a todas las organizaciones políticas y a amplios sectores de la sociedad civil que se movían en el espectro del centro-derecha, eso ya es algo del pasado. Rajoy ha convertido al PP en un partido sin ideología y, lo que es peor, sin alma, donde nadie se atreve a discrepar del jefe, no sea que se moleste y te ponga de patitas en la calle. Algo de experiencia tiene al respecto García Margallo, pero antes de que al exministro de Asuntos Exteriores Rajoy le comunicara que no seguía en el Gabinete hubo otros que, más dignamente, optaron por irse: Jaime Mayor, María San Gil, Manuel Pizarro o un simple militante de base pero gran referente moral para muchos españoles como José Antonio Ortega Lara son algunos ejemplos.
El PP puede seguir ganando elecciones, sobre todo si el PSOE continúa en el fondo del pozo, pero sus actuales dirigentes, con Rajoy a la cabeza, han demostrado no estar a la altura de un partido que tiene unos militantes, unos simpatizantes y unos votantes que no se merecen lo que con tanta frecuencia esos dirigentes hacen o dicen.