Los ciudadanos que quieren echar a través de las urnas a Sánchez de la Moncloa, porque están convencidos de que es lo mejor para España, asisten atónitos al espectáculo que desde hace varias semanas está dando la dirección nacional del PP, por su enfrentamiento con la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso.
Es absolutamente incomprensible este conflicto en unos momentos en los que el PP tendría que estar sólo centrado en hacer oposición al peor Gobierno que ha tenido España, sólo comparable al de Zapatero, desde la Transición. Sólo se puede explicar tal torpeza desde la debilidad, los complejos, los temores, los celos y, en definitiva, la mediocridad.
¿Cómo es posible que se declare la guerra interna a quien a ojos de los ciudadanos de gran parte de España es un referente para hacer frente al Gobierno social-comunista? ¿Cómo se explica que quien sacó a Casado de pobre con sus resultados en Madrid, tras la debacle de Cataluña, sea ahora una pieza a batir para la dirección de su propio partido?
Hay dos cosas que los ciudadanos han castigado sin piedad en las urnas desde la Transición: la corrupción y las divisiones internas en los partidos. La lista de ejemplos es larga: desde la UCD, pasando por el PSOE de Felipe González, hasta UPyD y Ciudadanos. ¿Han pensado los actuales dirigentes del PP que algo similar les puede pasar si siguen por ese camino?
En su etapa de presidente del PP, Casado ha cometido tres grandes errores que han impactado, y de qué manera, en el electorado de centro-derecha.
El primero fue la defenestración como portavoz en el Congreso de Cayetana Álvarez de Toledo, a la que él mismo había nombrado. La comparación con su sucesora, Cuca Gamarra, es tremenda. El segundo, su discurso contra Vox, y especialmente contra Santiago Abascal, con motivo de la moción de censura presentada por este contra Pedro Sánchez. Un discurso inusitadamente duro, insultante en algunos momentos y con referencias personales de muy mal gusto contra quien fue su compañero de filas durante muchos años. Aquel día, como subrayó un Abascal muy tocado por la intervención de Casado, este había echado un jarro de agua fría sobre las expectativas de muchos ciudadanos que veían la urgencia de una alternativa al Gobierno de Sánchez, alternativa que pasaba y sigue pasando por el entendimiento entre el PP y Vox, dado que Ciudadanos está en el tanatorio político esperando su entierro.
El tercer gran error es el enfrentamiento con Ayuso, en el que Casado, por acción o por omisión, tiene su responsabilidad al, cuando menos, permitirlo. Nadie se cree que Teodoro García Egea vaya por libre en este asunto. Incluso si fuera verdad lo que desvela Cayetana en su entrevista de este domingo en El Mundo, cuando dice que Casado le reconoció haber entregado todo el poder a Teodoro, eso no libraría de culpa al presidente del PP, al consentir que se produzca un conflicto que le daña a él y a su partido.
Casado está en una encrucijada. Algunas encuestas –la última de Metroscopia– ya empiezan a apuntar algo que algunos venían temiendo desde hace semanas: no está tan claro que el PP gane las próximas elecciones ni –mucho menos– que, aunque lo hiciera, pueda formar Gobierno. Quedan dos años para las próximas elecciones generales, porque, salvo catástrofe de índole económica, no parece que Sánchez tenga intención de adelantarlas. Y la maquinaria de poder y propaganda de este Gobierno Frankenstein es muy potente.
O Casado reconduce la crisis interna que se ha generado en el partido por el control de Madrid, y se pone a trabajar en serio en la construcción de la alternativa del centro-derecha, o, tristemente, la posibilidad de que Sánchez pueda continuar a partir de 2023 otros cuatro años más en la Moncloa será algo más que una especulación. Lo malo es que eso no sería bueno para Casado, que en ese supuesto se tendría que ir, junto con Teodoro, a su casa. No, lo malo es que eso sería letal para España. Y los independentistas catalanes, el PNV y los herederos políticos de ETA, aplaudiendo con las orejas.