La pantomima del mal llamado "desarme" de ETA -le faltan todavía a la banda terrorista muchas pistolas por entregar- y la presencia en ese acto lleno de indignidad, celebrado en Bayona el pasado día 8, del Arzobispo de Bolonia, Matteo Zuppi, ha devuelto a los obispos vascos a un primer plano de la actualidad, por dos motivos: por los ataques que han sufrido -fundamentalmente el Obispo de San Sebastián, José Ignacio Munilla- por parte del Presidente del PNV, Andoni Ortuzar, que ha llegado a afirmar que se siente más cerca del italiano Zuppi que de los prelados vascos, y también por las distintas posturas que han mantenido el prelado de San Sebastián y el de Vitoria respecto a la presencia del Arzobispo de Bolonia en el aquelarre de Bayona.
Cuando los actuales obispos vascos habían conseguido que fuera algo del pasado las veleidades nacionalistas, la comprensión que muchas veces prestaron al mundo de ETA y la frialdad hacia las víctimas de dos de sus predecesores, José María Setién y Juan María Uriarte, surge ahora este problema, en el que, ¡cómo no!, el PNV y la torpeza de las altas instancias vaticanas han tenido mucho que ver.
El pasado 13 de enero, el lehendakari Urkullu viajó a Roma y tuvo una reunión con el Secretario de Estado del Vaticano, el Cardenal Pietro Parolin. Urkullu estuvo acompañado en esa reunión por el Secretario General para la Paz y la Convivencia del Gobierno Vasco, el exconcejal de Herri Batasuna en Tolosa e impulsor en su momento del movimiento Elkarri, Jonan Fernández.
La visita de Urkullu al Vaticano pasó muy desapercibida en los medios de comunicación, salvo en los que se editan en el País Vasco, pero qué duda cabe que tuvo su importancia. El lehendakari quería implicar a la más alta jerarquía de la Iglesia en lo que él ya sabía que estaba siendo el tramo final de ETA, que conduciría primero a la entrega de las armas y en un segundo momento, a su disolución. ¿Alguien cree que la presencia del arzobispo de Bolonia en Bayona el pasado día 8 no tiene nada que ver con esas gestiones del lehendakari Urkullu ante el Vaticano? Las cosas en política, y si además está por medio la Iglesia, no suceden por casualidad.
Es evidente que la presencia del arzobispo Zuppi en Bayona –por mucho que se diga que lo hizo en calidad de miembro de la Comunidad de San Egidio- fue un feo a los Obispos vascos, que a tenor de lo manifestado por Munilla no tenían ningún conocimiento previo de la misma, como tampoco lo tuvieron de la visita de Urkullu al Vaticano. Es lógico que el Obispo de San Sebastián mostrara su irritación al respecto, no sólo por el gesto, sino también por el significado y la interpretación que algunos iban a dar sobre esa presencia de un prelado de la Iglesia Católica en un acto propagandístico de una banda terrorista que ha causado 858 muertos.
Lo que no es tan lógico es que su colega, el obispo de Vitoria, fuera mucho más comprensivo y señalara que a él no le había parecido mal la presencia del Arzobispo de Bolonia en ese acto. El obispo Elizalde sabrá si en ese posicionamiento suyo, que chirrió tanto con el de Munilla, pudo influir o no el descontento que ya había mostrado el PNV por lo que este partido consideraba falta de implicación de los prelados vascos en el final de ETA. Estoy seguro que Elizalde es consciente que ejercer de obispo en el País Vasco sin ser ni comulgar con las tesis nacionalistas del partido gobernante es complicado y suscita incomodidades. Si no que se lo pregunte al actual Presidente de la Conferencia Episcopal Española "un tal Blázquez" como en su día le "bautizó" Xabier Arzalluz cuando se supo que había sido nombrado Obispo de Bilbao.
Los actuales obispos vascos harán muy bien en seguir, en todo lo relacionado con el proceso del fin del terrorismo de ETA, la máxima de lo que hay que cuidar por encima de todo, de quien hay que estar siempre cerca es de las víctimas que ese terrorismo ha causado, y procurar poner distancia, aunque eso les genere incomodidad, del poder político, de un partido, el PNV, que, se entiende perfectamente, estaba más cómodo con obispos como Setien y Uriarte a los que consideraba de "los nuestros".